San Sebastián
El último triunfo a la espera del temido invierno
López Simón abre la Puerta Grande y Manzanares corta una oreja en la última de San Sebastián
San Sebastián (Guipúzcoa). Cuarta de la Semana Grande. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presentación. El 1º, como sobrero, con la fuerza justa, punto tardo y sin demasiada clase; el 2º, pronto, manejable pero con las revoluciones justas; tan nobles como flojos el 3º y 4º; el 5º y 6º, de buen juego. Lleno en los tendidos.
Enrique Ponce, de carmín y oro, pinchazo, dos descabellos (silencio); tres pinchazos, estocada, aviso, descabello (silencio).
Manzanares, de azul marino y oro, estocada (saludos); media estocada (oreja).
López Simón, de habano y plata, estocada caída (silencio); buena estocada (dos orejas).
Como si hubieran robado las prisas comenzó el festejo. Ajeno a todo. Sin tiempos. El primero fue para atrás. Sobrero del mismo hierro para un Enrique Ponce que lo intentó en la reválida, a la segunda, pero tampoco fue gran cosa este juampedro. Tardo, noble, pero sin demasía y sin entrega. Iba por ahí sin querer ni dejar de hacerlo. Y así las cosas y la faena hasta que el toro se lastimó la pata y hubo que apresurarse en lo que ya era el último tercio. Cuarto y mitad de paciencia echamos en el segundo. Hasta que sacaron el cartel. Un mundo. Y entonces salió ese
toro que fue pronto, tuvo nobleza y pedía que le llevaran muy cosido a la muleta para no despistarse, para no buscar huecos, sin ser un dechado de bravura, se dejó hacer, y la muleta de Manzanares voló en busca del acople. Exacto en los tiempos, sin abusar, suavidad en las muñecas y eficacia con la espada ante ese toro con las revoluciones justas.
Flojera entró a los donostiarras cuando el tercero perdió las manos en el caballo y ni les cuento cuando en vez de las manos fueron los pitones sobre la arena. Quiso después el animal, la desventura resultaba el poder. Acudía con nobleza y si protestaba era por la falta de fuerza. Se relajó López Simón desde el minuto uno. Lo que dure duró. Y eso fue más o menos un suspiro; el resto, prolongar la agonía; eso sí, en un alarde de valentía. Flojeras también el cuarto y voluntariosa la faena de Ponce que duró una eternidad ante tan poco animal. Todo un despertar supuso el toreo de capa de Manzanares al quinto. Agua en el desierto. Fue el toro bueno de la tarde. Lo cuidó el alicantino y, aunque la faena no fue rotunda, sí dejó pasajes de mucha intensidad por el calado artístico que tiene el torero. Tiempos en blanco entre tanda y tanda recompensados con empaque, algo que llevarnos a la buchaca en tarde plomiza. Tenía que torear el Juampedro y cuando lo reducía los muletazos tenían belleza y profundidad. Entró a matar recibiendo, dejó media punto abajo. No tan brutal como en otras ocasiones. El intento ahí había quedado y el trofeo tuvo sabor. López Simón se llevó el otro toro bueno. Movilidad, repetición y prontitud. Fue labor de desmayo y relajo. Así de principio a fin y la gente se rompió con él. Era el fin de fiesta y lo hizo a lo grande con una gran estocada en el centro del redondel que le valió el doble trofeo. Se nos fue así la última tarde, la que nos aboca al invierno. Cuatro llenazos, cuatro, en el coso de Illumbe. Ahora que la política nos deje libres.
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