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Toros

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El día que debió ser

Ureña corta una oreja a un toro bueno y falla a espadas con un gran ejemplar de El Puerto de San Lorenzo, que lidió una corrida de nota

Paco Ureña toreando por el pitón izquierdo en la octava de San Isidro. Cristina Bejarano. larazon

Las Ventas (Madrid). Octava de San Isidro. Se lidiaron toros de El Puerto de San Lorenzo, muy bien presentados. 1º, deslucido y a menos; 2º, gran toro, bravo, pronto, con movilidad y repetición; 3º, noble y de buen juego; 4º, manso y difícil; 5º, noble y repetidor; 6º, manejable y a menos. Lleno en los tendidos.

El Fandi, de grana y oro, estocada caída (silencio); estocada (silencio).

Paco Ureña, de blanco y oro, cinco pinchazos, aviso, descabello (saludos); estocada (oreja).

Alberto López Simón, de canela y oro, media, descabello, aviso (silencio); pinchazo, aviso, media estocada, descabello (silencio).

Acapachado de pitones. Armónico. Serio. Brutal el animal. Cómo impone un toro, tan íntegro, tan puro. Y tan pronto como fue este segundo, “Cuba II” de nombre. Fue con alegría al peto del caballo (que no tan bien tratado) aunque en el segundo envite salió ligero el animal. Mantuvo la prontitud después en la muleta de Paco Ureña. Codicia. Repetición. Y entrega, porque el toro lo hizo por abajo todo. Por ahí buscaba rebosarse, que es lo que hacen los toros bravos. Toro bueno, muy completo por el pitón zurdo. El de El Puerto de San Lorenzo hizo méritos para ser recordado con honores. Lo supo el murciano, que firmó una faena con su sello. La entrega y la búsqueda constante de la pureza. Al natural, muy encajado, olvidando el cuerpo y despellejando el alma, entregó los mejores pasajes a ese toro que repetía, que quería muleta arrastrando el hocico por la arena venteña y tan cómplice. Menos contundencia encontró en el toreo diestro. Faltó ese último tramo que hiciera a la faena explosionar y además la espada se cruzó de lado a lado en el camino del éxito, como antes se habían cruzado las ansias revestidas de electricidad. Se volcó de tal manera Paco sobre el quinto que salió cogido de la suerte. Espeluznante. Entró la espada. Dejaba atrás una faena de mucha entrega a un animal que tuvo entre sus virtudes la movilidad, la repetición, la duración y la nobleza. Le faltó entrega y humillación al hacerlo pero quiso muleta y la quiso hasta el final. Verdad no le faltó a Ureña. Ni entrega. Ni arrebatarse en esa imagen que transmite a un punto de desfigurarse la estética del toreo. Consintió Ureña al toro, se hizo con él, construyó la faena y la remató con altura. El trofeo fue suyo, como podía haber sido la Puerta Grande con un lote de nota de El Puerto de San Lorenzo. Fue el día y la hora en la que pudo ser.

Casi rozó la taleguilla una de las manoletinas que ponía final a la faena al tercero. Un trasteo desigual que acabó en poca cosa. Fue noble el de El Puerto y repitió el toro en el engaño del torero de Barajas. Encontró la comunión en una tanda, quizá la segunda del trasteo, había sostenido hasta entonces López Simón los tiempos y los volvió a encontrar justo ahí, en esa serie reunida y ligada. Lo malo es que no volvió a recuperar esa intensidad ni ese acople de cuando casan a la perfección los matices y lo cambian todo. Y no cambió nada.

Nobleza tuvo el sexto, pero faltó celo para que las tandas tuvieran la potencia suficiente para Madrid. Plaza difícil donde las haya, pero que se entrega a la verdad con una profundidad descomunal. Lo sabe López Simón. Quiso el madrileño ajustarse con las nobles arrancadas del toro, que fue perdiendo ímpetu. Eso sí, en la suerte suprema, le pegó un arreón del infierno. Cosas de toros.

Mala evolución tuvo el primero de El Fandi, espectacular de presentación pero a menos en la muleta y complicado por manso fue el cuarto. Tuvo que banderillearle de acuerdo a esta condición y el oficio le permitió finiquitarle con discreción y sin apuros. Se llevó el peor lote de largo, en esa tarde en la que El Puerto de San Lorenzo lidió en Madrid una corrida de triunfo. Y no cuadran los números. Y no cuadra la feria. Como a los aficionados no les cuadraba que la rebaja del 10% del IVA quede en las arcas de la empresa. Y lo hicieron saber. Otra cosa es que se les escuche.