Días antes de que llegara el irremediable hoy, hablábamos con Juan Antonio Ruiz, «Espartaco» en los carteles, que llegó al toreo con la urgencia de la necesidad y la afición trasmitida por su padre en las venas. Siendo un niño deambuló por las primeras plazas de Colombia, donde la edad no determina, y tras las penurias de los comienzos, la premura de llevar dinero a casa y las urgencias de los tiempos, al torero de Espartinas le esperaba el éxito. La plenitud profesional de un torero poderoso, que lideró durante años el escalafón de matadores pasando de las cien corridas al año y por cinco veces fue capaz de abrir la ansiada Puerta del Príncipe de Sevilla. En el 94 y en un partido de fútbol benéfico le llegó una lesión de rodilla que dificultó su carrera y su vida con múltiples operaciones en los años siguientes. En la temporada de 2001 puso fin a su carrera en la misma plaza en la que se anunciaba ayer, aunque en estos años sí ha participado en festivales y alguna corrida extraordinaria. Ayer volvió a la Maestranza de Sevilla en ese «ahora o nunca». Será la última vez. La última nota de una vida dedicada por entero a una pasión, adictiva y pertubadora, llamada Tauromaquia.