Bilbao
Bilbao de fiesta en las bodas del plata
Puerta Grande de Hermoso de Mendoza; Enrique Ponce malogra con la espada el mano a mano en Bilbao
Bilbao. Cuarta de la Semana Grande. Se lidiaron tres toros para rejones, despuntados de pitones reglamentariamente, de Fermín Bohórquez (1º), Carmen Lorenzo (3º) y Victorino Martín (5º) y tres para la lidia ordinaria de Juan Pedro Domecq (2º y 6º bis), Victorino Martín (4º) y Alcurrucén (6º). El 1º, muy bueno; el 2º, sosote, noble y de escaso fondo; el 3º, bueno; el 4º, de media arrancada; el 5º, complicado; y el 6º, noble, repetidor y de buen juego. Tres cuartos de entrada.
Pablo Hermoso de Mendoza, pinchazo hondo, pinchazo, rejón (saludos); rejón (dos orejas); y pinchazo, medio rejón, pinchazo, descabello (silencio). Enrique Ponce, de grana y oro, estocada baja (saludos); dos pinchazos, estocada caída (silencio); y media estocada, aviso, cuatro descabellos (saludos).
Veinticinco años cumplían los dos. Dos carrerones. Las de Enrique Ponce y Hermoso de Mendoza. 25 temporadas las del valenciano en los ruedos, un año detrás de otro, una losa para el común de los mortales, rejuvenecido el torero de Chiva tantísimos años después. Nos haremos mayores el resto, y la vida del ruedo seguirá igual. Hermoso, por su parte, estaba todavía soplando las velas del cumpleaños. Los 25 de alternativa recientes. 18 de agosto de 1989. Otra época. Carreras así resultan incomprensibles en los toreros de antes. Algo está cambiando en la tauromaquia. Con un «aurresku» se conmemoró el evento. Un festejo con visos de exhibición. Algo extraño. Mano a mano. Tres toros a pie. Tres toros a caballo. Tres toros afeitados, perdón despuntados según permite el reglamento, y tres toros que, más todavía por el contraste, daban escalofrío según ponían pezuña en la arena. Puñales de acero. Dagas de hierro. Como aficionado era un salto constante. Cambiar el chip. Ahora la plasticidad del toreo a caballo, ahora la realidad de la arena, un delirante viaje y una búsqueda de coordenadas que nos recordaran lugar y hora. Bilbao. Corridas Generales, a pesar de este descuadre. Pero mucho más allá del paseíllo que ya era irreconocible era también el público festivo, como si la corrida más que conmemorar una fecha tuviera olor a despedida. Dos toros de Victorino Martín, elegidos para saltar al ruedo en cuarto y quinto lugar, eran la nota discordante. El centro de atención. ¿Reto? ¿Gesta? El primero en descubrirse fue Enrique Ponce con el cuarto. Tuvo muchísima cara el toro y después media arrancada. No quería pasar, remoloneaba, toro medio del ganadero de Galapagar, ni asesino en serio ni entregado a muerte. Ponce lo enseñó y le mandó al limbo. El sexto de Alcurrucén era un espectáculo. Pero cojo. Y tal cual salió regresó a corrales. El sustituto de Juan Pedro parecía a modo para la ocasión, en comportamiento me refiero, noble, repetidor, sin excesiva entrega, pero de larga duración para dejarse hacer a placer sin una mala mirada. Con suavidad lo toreó Ponce a la verónica y revalidó los votos del romance con un público entregado a la causa. Idilio asegurado. Suavidad en el trazo y un gran abanico de adornos con el final de las poncinas. Un Ponce sobrado. Cómo si no. Si no falla con la espada, el triunfo lo tiene más que asegurado. Pero no fue de esas faenas por las que Ponce es rey y señor de Bilbao por los siglos de los siglos. Noble y soso fue su primero. Correcto todo; contadas las emociones.
Hermoso de Mendoza abrió plaza con una lección magistral, aunque no tuvo premio. Un buen toro de Bohórquez le dijo aquí y ahora. Y aquí y ahora fue. La sobriedad al servicio de la pureza. La armonía y la emoción de llevar al toro muy cosido en la cabalgadura. Con «Pirata» puso las cortas y con «Viriato» la emoción: los pechos del caballo en el encuentro. Con el de Carmen Lorenzo, el tercero, sí salió triunfador. Dos trofeos que le abrían la puerta grande. Virguerías hizo a lomos de «Disparate», ajustándose una barbaridad, exposición y armonía. El toro de Victorino se plantó en los medios y de ahí apenas quiso salir. Cruzándose en las suertes, en un tú a tú con el jinete. Listo el toro. Otra historia. En éste, curioso dato, sacó al sobresaliente Sergio Domínguez que anduvo dignísimo y aprovechó la ocasión. La prueba (tampoco vamos a decir oportunidad) era de fuego. Luego quiso poner otra banderilla, pero Hermoso no dejó. Las cortas fueron la antesala al fallo con la espada. Otra lidia. Otro toro. El victorino impuso carácter.
Al final, Hermoso se fue a hombros y también se hubiera ido Ponce de no marrar con la espada. Pero fue una tarde extraña. Sin más. Otras sensaciones. Otro ambiente. Bilbao de fiesta en las bodas de plata.
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