Final en Malmö

Eurovisión es más zorra todavía (que España)

Nemo y su 'The Code' arrasan en Malmö y dan a Suiza su tercer micrófono de cristal en una edición marcada por la polémica con Israel y la expulsión de Países Bajos

Que 200 millones de personas te llamen zorra al unísono a grito pelao sería para pensárselo. Salvo que te llames Mery, tengas 56 años, te plantes con tu marido en Malmö, con dos maromos en tanga y corsé y una baterista con unas baquetas al estilo Nancys Rubias. Entonces, el grito de una mujer empoderada se torna en himno. Y no solo para España. Porque toda Europa se marcó un karaoke cuando la valencia cedió el micro y el personal se marcó un “Soy más zorra todavía”. O ‘soy más sogga’, en declinación gutural gala. Y es que el personal ya no solo sabe decir en español ‘ole’ y paella’. También, ‘zogga’. El caso es que Nebulossa bordó su propuesta sin desafine alguno y se llevó una ovación de órdago en el estadio que acogía el festival, pero no se correspondió con los votos. Se vuelven a casa con 30 puntos: 19 del jurado y 11 del televoto. O lo que es lo mismo, 22 de 25, cuartos por la cola. Es lo de menos, para un dúo que justo hace un año organizaron a un concierto al que no asistió nadie. Ella, esteticién, y a mucha honra. Él, productor de los que sudan la gota gorda para llegar a fin de mes. Ayer, les coreó un continente entero y unos cuantos australianos.

Por lo demás, Eurovisión se sumergió en la edición más rocambolesca de su historia reciente. Y no solo por el desfile de casposidad lacada inherente al escenario festivalero. Cuando pudiera parecer que decae el interés con el certamen por falta de calidad creativa, vocal o interpretativa, giro de guión geopolítico. ‘Totum revolutum’ generado por la participación de Israel, con la ofensiva de Gaza de fondo. En la calle, manifestación pro palestina. En el mega plató, abucheos y aplausos entrelazados sin capacidad para discernir el porcentaje asignado a cada cual. Por unos instantes una ovación parecía respaldar a Eden Golan, la representante israelí en Eurovisión. En otros momentos de sus tres minutos de canción, más bien parecía un rechazo devenido en martirio para la artista. Al final, ella cantó y aquello recuperó la normalidad hasta que llegó la hora de las votaciones. La pitada resultó atronadora para su emisora de votos, se repitió cada vez que algún jurado repartía reconocimientos y se endureció al recibir 323 puntos del televoto, situándose durante unos minutos como virtual vencedora.

Al jaleo israelí se sumó la expulsión a última hora del representante de Países Bajos, que ni siquiera pudo subirse al escenario por un incidente no aclarado con un equipo de grabación en uno de los ensayos. Lástima que a los suecos, los gurús eurovisivos, se les atragantara su papel como anfitriones. Sobre todo, por su realización impecable. Por Petra, la presentadora con mejor humor sobre la faz de la tierra. Por ser capaces de dotar de ritmo un show que podría haber resultado interminable. Por celebrar 50 años de la victoria de Abba y su ‘Waterloo’. Por llevar a unos Gemeliers como embajadores que bien podrían haber ganado por enésima vez con ‘Unforgettable’. Y por esa princesa Victoria dando la bienvenida al personal desde Palacio como si se tratara de una cumbre del G7. Solo se columpiaron literalmente por la ecléctica actuación en modo exhibición de Loreen, vencedora del pasado año. Y es que Eurovisión para Suecia es cuestión de Estado. Como para España la tortilla de Casa Dani.

El caso es que aquello pintaba emocionante porque no se avistaba un claro ganador. Al final se llevó el gato al agua el suizo Nemo, con ‘The Code’. Arrasó con los jurados y recibió un espaldarazo definitivo del televoto hasta sumar 591 puntos. Una actuación para enmarcar en un ejercicio imposible de equilibrismo lo mismo con una voz prodigiosa que con ese platillo volante que habría tumbado a cualquiera en diez segundos. El intérprete no binario rubricó tres minutos de órdago.

Completaron el podio Croacia y Ucrania. La performance croata no podía empachar más: rock, heavy, ganchillo, chorreras, guitarrista enmascarado, humo asfixiante, fogonazos, bailarines descompasados y un ‘uooh’ para no olvidar. Todo junto en la Thermomix de Lidl y te sale un collage festivalero. La pareja ucraniana cautivó a golpe de gorgorito y el intimismo francés convenció sus prodigiosos falsetes y canto a capella en ‘mood’ eurodrama.

Bien habría merecido ganar también ‘La noia’ de la italiana Angelina Mango. San Remo nunca falla con una voz que no tenía engañifa ni coros enlatados. Como tampoco los vecinos portugueses, lleven fados o pseudofados. A la zaga, el cortometraje satánico irlandés con exorcismo incluido. Un relato mimado gracias a un minucioso escenógrafo valenciano que acongojó (pueden alterar las consonantes) al televidente más que una inspección de Hacienda.

Por lo demás, Eurovisión se desgañitó por doquier para ofrecer sus dosis inyectables de Horteralia, lo mismo con los bailarines lituanos butroneros no apto para epilépticos que la versión negruzca de Los Inhumanos de los estonios. No se quedaron atrás los abdominales de plástico del lituano. La griega se sabía fan de Rosalía, pero en ‘mood’ Shein y con algo más que los coros pregrabados en la base de su canción. El enviado británico se montó una bacanal de boxeo en un cubo que parecían haber patrocinado la productora de ‘Me resbala’. El cupo folclórico lo cubrió armenia que sonaba a ‘flashback’ de infancia de barrio periférico con trompeta, escalerilla y cabra. Y en una edición de ‘Clónicas de Cobocalleja’, la chipriota se hizo una remasterización de Britney Spears en sus inicios cruzada con Natalia de OT. En la misma línea, la enviada por Georgia, que quiso emular ‘Fuego’ de Eleni Foureira y se quedó en mechero, quiso ser Chanel y se quedó en Leticia Sabater. Más pegadiza resultó la austriaca, que por momentos parecía Paula Vázquez pinchando a lo Paco Pil un tema del ‘BlancoyNegro Mix’.

Pero, sin duda alguna, fueron los finlandeses de ‘No rules’ los que lograron elevar el ‘freakismo’ a la enésima potencia con un hipnótico tipo nacido de un huevo de dinosaurio que parecía moverse en cueros para el interés del cotilla espectador que no retiraba la vista de la pantalla a la espera de que un plano se desviara un milímetro para ver algo más que pelo. Tres minutos de enganche con sello ‘Ojete calor’.

Y así, con sus broncas, su ‘horro vacui’ y su sobredosis de brillli-brillo, Eurovisión se erige una vez más como terapia liberadora para poner a caldo al personal, al menos durante tres horas, por algo inocuo que no sea el serial monclovita o comicios señeros. Hasta para Íker Jiménez, que tuiteó como si no hubiera un mañana. Porque si España es zorra, Eurovisión es más zorra todavía.