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Blas Cantó: “Cuando escucho lo de eurovisivo tiemblo, ¿qué quieren que vaya con pachanga?”

El 22 de mayo irá a Róterdam a representar a España un año después de lo que estaba previsto

El cantante Blas Cantó
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El destino tenía otros planes. De ahí que Blas Cantó no fuera el representante de Eurovisión 2020 (festival que se canceló por la pandemia) y que la maldita covid-19 se llevara a su abuela por delante. Esa personita a quien dedica su tema estrella, «Voy a quedarme». Esta vez sí, si nada lo impide, el 22 de mayo representará a nuestro país en el festival.

–Había dos canciones candidatas, pero finalmente acudirá a Eurovisión con «Voy a quedarme». ¿Satisfecho?

-Mucho. Es una historia personal, que supone esperanza en momentos muy dolorosos. De hecho, el más difícil de mi vida. Estaba perdiendo a mi padre y luego perdí a mi abuela, pero es esperanzadora, aunque nace del dolor. Habla sobre cuando le estás pidiendo a alguien un poco más de tiempo, pero a la vez le prometes que vas a quedarte pase lo que pase. Se la dedico al amor de vida, que es mi abuela y me la arrebató la covid.

-Costará más interpretar una canción así.

-Es difícil de cantar, porque además de la exigencia vocal que requiere, es emocionante y contener las lágrimas lo más difícil. Que no me tiemble la voz y no me desestabilice el significado, pero es la canción de mis sueños. La compuse en el confinamiento y llevarla a Eurovisión es importante, porque estoy contando mi historia de ahora y queda grabado para siempre.

-Un dolor que en estos tiempos por desgracia se ha convertido en universal.

-La vida pasa en un momento. El otro día no me podía creer lo de Álex Casademunt. Fue de las primeras personas que conocí al llegar a Madrid. Teníamos un grupo en común, porque era amigo de la pareja que tenía en ese momento y cantábamos en su casa. Quiero sentir que nos quedamos, cuando perdí a mi abuela pensé que nunca iba a levantar cabeza, porque ella no era la típica abuela del pueblo que no ves nunca, tenía mucho vínculo con ella, me había criado. Cuando se fue sentía la ausencia, pero ahora noto la presencia. Hace poco soñé con ella y me dio la mano, esa mano rechoncha y tersa, con la piel apretada.

-¿Le quita el sueño Eurovisión?

-Tengo horas de no dormir, sí. Han sido dos años de Eurovisión, no es que me quite solo el sueño, sino mucho tiempo de mi vida. Un álbum por sacar, proyectos, todo se pospone por Eurovisión y supone asumir riesgos. Si vas a Eurovisión tu vida se para. La puesta en escena, retoques, entrevistas... Pero también es un sueño. Me siento bien, pero se sufre. Eurovisión se disfruta y se padece al mismo tiempo.

-¿Qué es lo que más le hace sufrir?

-La crueldad de las redes sociales. En casa me dicen no te metas y es el mejor consejo: no hay que escuchar a todo el mundo y nadie tiene la verdad absoluta. Cuando escucho la palabra eurovisivo se me pone los pelos de punta, ¿qué quieren que vaya con pachanga? Habrá gente que se decepcione y otra que esté feliz. Lo increíble es que tus canciones se vuelven la banda sonora de otras vidas.

-¿Es la música cultura de primera necesidad?

-Sin duda, hay quien duda, pero hay estudios que dicen que la gente se sana escuchando música. A mí me operaron de la nariz y pedía Céline Dion. La música es terapéutica. ¿qué es lo que nos ha curado y entretenido durante el confinamiento? Las series, los libros, la música...

-¿Le preocupa la puntuación?

-No, porque lo vivo todos los días. Veo los likes, instagram... Y en eso sé relativizar bastante, no dice nada sobre mí un número. Le doy la importancia justa. Si vas de ganador, por qué esa soberbia, y se vas de humilde, por qué ese derrotismo. Me siento tranquilo sabiendo que estoy cantando una canción preciosa. Tampoco sé los números de mis canciones, creo que somos más que números.

-¿Con qué se sentiría satisfecho?

-Yo nunca me siento satisfecho porque soy un agonías, pero con que salga bien la actuación y pueda dedicársela me vale.