Teatro
Pocahontas no fue la princesa del cuento que nos explicaron
Bárbara Mestanza quedó en «shock» cuando se enteró de que la historia de amor entre John Smith y la india solo existió en la mente de él. De ahí nació una investigación que ha terminado en un monólogo que desenmascara al inglés y a las costumbres machistas en la sala pequeña del Pavón Kamikaze
Todos sabemos que los cuentos que nos explicaron de pequeños distan bastante de la realidad. Pero eso es algo que se aprende con el tiempo. Hasta entonces, solo hemos sido niños felices que devoramos todo lo que nos contó Disney. Pequeñas e inofensivas historietas que nos han ido formando como seres humanos. Unas inventadas y otras, por el contrario, basadas en hechos reales y dulcificadas hasta subir el azúcar a cotas insospechadas. A estas últimas pertenecen las aventuras de Pocahontas, un personaje que encontró su espacio durante la conquista de América –pionera en un matrimonio entre una india nativa y un colono británico, John Rolfe–, pero cuya biografía contada no corresponde literalmente a la realidad.
De esto mismo se percató Bárbara Mestanza cuando haciendo zapping se topó con la película de Disney: «Me puse a investigar qué se sabía de esta chica y me dio cosa verme desde fuera». La actriz, directora y dramaturga se acababa de dar cuenta de que aquello con lo que soñó de pequeña –«con el amor, con esa relación romántica en la que un hombre extranjero llegaba a ella y ésta le enseñaba la belleza de la naturaleza», dice– era mentira.
Si bien John Smith sí que existió, la relación idílica entre ambos solo se dio en los dibujos, aunque tampoco vayamos a culpar de ello a Disney porque nunca se han presentado como una enciclopedia histórica. Es más, los estudios americanos se dejaron llevar –tienen todo su derecho dentro del mundo de la ficción– por el legado del propio colono inglés, que, según recogieron los cronistas de la época, o exageró el relato o se confundió con lo vivido, como explica Mestanza: «Este hombre empezó a contar a todo el mundo cómo una princesa Powhatan se había enamorado de él y lo salvó de la muerte. Cuando, en realidad, lo que ocurrió fue una ceremonia ritual de la tribu. Una vez más es un hombre el que cuenta su gran hazaña y es esta la que queda para la posteridad».
Precisamente contra ello quiere luchar la actriz con su monólogo «Pocahontas o la verdadera historia de una traviesa» (en el Ambigú del El Pavón Teatro Kamikaze hasta el 4 de enero). Rescatar las trazas de autenticidad del cuento que nos contaron de pequeños, pero no solo en el caso de Matoaka (el verdadero nombre de Pocahontas, que era su mote y significaba «Traviesa»), sino descubrir «las mentiras que vamos mamando desde niños. Es una forma de colonizarnos sin que te des cuenta», apunta Mestanza: «Sin quererlo, nos trasformamos en víctimas de unos referentes y parámetros machistas que nos autodestruyen. Pero también podríamos hablar de los “príncipes azules” y el legado que les cae encima a los hombres».
El fin de Matoaka
Poniendo el dedo sobre Pocahontas, a Mestanza le duele especialmente que hasta perdió el nombre, «la llamaron Lady Rebecca, la hicieron cristiana y se la llevaron a Europa», donde murió antes de regresar a su tierra. La intérprete reivindica así la verdad histórica: «Deseo hacer hueco en las enciclopedias a esta mujer, que solo era una niña cuando llegaron los ingleses, pero también a las demás, las que han formado parte de la historia y solo han quedado como reseñas: mujer de, hija de, princesa de...».
Pero el montaje que presenta en el Ambigú no es solo una historia de género. Mestanza une el patriarcado con el colonialismo y el capitalismo, «dos hermanos gemelos», apunta. Aunque, sobre todo, critica «un peligro mayor»: hacer del feminismo todo un negocio. Sin salir del mundo Disney, entiende que el paso adelante dado por parte de los estudios en la segunda parte de «Frozen» (jugar con la ambigüedad sexual de la princesa Elsa) es bueno «si no hubiera otros intereses», apostilla; «la trampa está en haber caído en el feminismo, al igual que el ecologismo, como si fuera un negocio. La lucha se ha convertido en una marca, en un símbolo del que el propio capitalismo se está aprovechando». Sin embargo, Mestanza no busca sentar cátedra, «solo sacudir al público y poner una pregunta encima de la mesa: «¿Estamos haciendo suficiente o solo nos quedamos con la primera capa de la reivindicación?», deja en el aire para que el espectador se vaya con el runrún.
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