Caso Malaya: El juicio más folclórico
Isabel Pantoja miró las docenas de rosas encarnadas que llenaban la suite, enviadas por el alcalde de Marbella, y sintió que le saltaban los pulsos. Su mirada, aún empañada por el encuentro, se resistía a perder el embrujo lascivo de sus clisos negros, preñados de un deseo voraz. Aquél alcalde zumbón le había hecho sentirse mujer con tal intensidad que su cuerpo orondo, de sudados rizos prietos y pantalones asobacados, se desdibujaba frente al deseo imperioso de ser suya.