Nuevas fórmulas de evangelizar
«No somos influencers, somos misioneros digitales»
El Congreso Católicos y Vida Pública, que se celebra en Madrid este fin de semana, da voz a los jóvenes que evangelizan a través de las redes sociales
No les hace mucha gracia que se refieran a ellos como «influencers». Se consideran misioneros digitales. Y así se presentaron ayer Carlos, Carla y Carlota en la tarde dedicada a los jóvenes del XXVI Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas y la Fundación Universitaria San Pablo, que se celebra hasta hoy en la Universidad CEU San Pablo de Madrid.
«La palabra ‘influencer’ se está haciendo pesada, porque estamos cansados de ver a personas con vidas idílicas en redes, que no representan la realidad de hablar de corazón a corazón. En cambio, ser misionero digital sí expresa que tu presencia en el mundo digital tiene sentido», expone Carlos Taracena, que ni mucho menos habla de la misión en teoría ni con postureo alguno, sino a pie de obra: «Soy misionero con Jatari, una asociación que opera en España y en Perú, dedicada a acompañar a poblaciones rurales, lo mismo construyendo tanques de agua y escuelas infantiles al otro lado del charco que acompañando aquí a personas mayores con dificultades, colaborando con campamentos de niños...».
Desde ese compromiso en lo cotidiano comparte lo que vive y siente en Instagram a sus más de 20.000 seguidores. «Yo era el típico católico de toda la vida que calentaba banco en misa con mis incoherencias. Pero hace unos cinco años tuve un cambio radical porque veía que aquello era insostenible», explica este madrileño de 31 años que estudia teología, precisamente para comunicar, no solo con pasión, sino con argumentos. «Hablar de Dios en las redes requiere que vivas en gracia, es decir, que seas honesto contigo mismo y con quienes te siguen», verbaliza. O dicho de otro modo: «Si estoy pasando por un momento complicado y pretendo generar ‘reels’ o mover a gente, eso se percibe como cuando tu madre nota que estás mal. Solo puedo generar contenido cuando lo hago desde la verdad, desde el compartir una vida plena en Cristo». Es más, reconoce que «el ‘feedback’ más grande de la gente, el ‘engagement’ más efectivo o cuando las métricas se disparan, solo tiene lugar cuando uno está bien y vives tranquilo, cuando no buscas crecer por crecer, sino compartir algo que verdaderamente te ha cambiado». En este sentido, apunta que «los frutos no son números». «De hecho, cuando rezo antes de dar una charla o preparar un vídeo le pido al Señor ser cauce para que Él toque un solo corazón, con que llegue a un corazón, me vale», plantea.
En cuanto a los «post» y «stories» que mejor le funcionan, reconoce que «somos esclavos del algoritmo»: «Las tendencias que más se disparan son las que el algoritmo interpreta; en mi caso, la música en conciertos puede generar millones de visualizaciones». A la vez, admite que también tienen tirón aquellos que generan «haters»: «Si yo hablo de mi conversión o de mi noviazgo solo llega al nicho católico, que es bastante reducido, pero si tocas un tema controvertido como la defensa de la vida frente al aborto, de repente notas que empiezas a recibir ‘haters’ por parte de un público que no te suele seguir, el algoritmo interpreta que eso gusta y se dispara la métrica».
Para Carla Restoy-Barrero, evangelizar a través de las redes es «un trampolín» para remover a quien llega a ellas a través del móvil con el fin de dar un salto de fe en su vida real. Como le sucedió a ella, bautizada con 17 años tras un proceso de conversión. Comenzó a hacerse preguntas sobre el sentido de la vida, ese «Quo vadis?» que ejerce de lema del congreso. «Y yo misma no quería saber nada de la Iglesia católica, pero me acabé encontrando con que era la única que de verdad me decía quién era yo», comparte con LA RAZÓN. «Eso encajaba tanto racionalmente como a nivel, a nivel de corazón y a nivel de experiencia vital», apostilla.
Como una joven más, se movía en las redes sociales y sintió que «no podía no compartir aquello que se me había regalado». «Entonces empiezo de una forma como muy orgánica a expresar básicamente lo que vivo», señala con asertividad. Quizá es esa seguridad la que le ha llevado a contar, solo en Instagram, con más de 36.000 seguidores. A ellos intenta llegar sin avasallar, sin hacer proselitismo: «Me comunico desde el amor y desde la libertad». «Si hay algo que nos diferencia a los católicos es que creemos profundamente en la libertad del ser humano y también en los procesos que tiene cada uno en su corazón y en su vida», aprecia la también directora de la Fundación Bosco Arts.
Master en Teología del Cuerpo y un posgrado en género, sexo y educación, a sus 27 años no le molesta que la llamen loca. «Me encanta que me lo digan, porque realmente este modo de vivir es una locura, el amor rompe todos los esquemas, vence a la muerte y te hace ver la realidad de una mirada esperanzadora». Con este punto de partida, es fácil adivinar que Carlota no se ha visto tentada lo más mínimo por descafeinar su catolicidad en público con tal de sumar más seguidores: «Me da igual, yo no vendo nada y no me importan los números, me importan las personas que están al otro lado de la pantalla».
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