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Alimentación
Normalmente estamos acostumbrados a no desperdiciar la fruta y, si se nos ha pasado un poco y, por ejemplo, tiene un pelín de moho, desechamos esa parte, la cortamos, y consumimos el resto de la pieza de fruta. Se trata de una práctica que hasta hace no mucho era bastante frecuente, pero cada vez más personas, con la información en su mano, deciden no hacerlo porque puede ser perjudicial para su salud.
Y es que, según explica Lourdes de la Bastida, nutricionista del Hospital Quirónsalud Córdoba, el peligro de este tipo de prácticas es que ese moho verde o blanquecino que se produce en la fruta son hongos que pueden penetrar en la fruta y que pueden, además, desarrollarse junto a otros patógenos imperceptibles para el ojo y peligrosos para nuestra salud.
Con ello, mantiene que hay que desechar el producto enmohecido entero, y no quitar sólo aquella parte que esté en mal estado. “Incluso si optamos por comernos la parte que se ve que no tiene moho, seguramente nos demos cuenta de que tiene un sabor diferente. Por eso también debemos tirar a la papelera toda la pieza de fruta”, remarca la nutricionista.
“El moho en la fruta también puede producir micotoxinas, capaces de ocasionar problemas gastrointestinales como vómitos o diarreas, dolor de cabeza, problemas respiratorios, problemas en el riñón; e incluso algo que desconoce la gente y es que las micotoxinas pueden influir en procesos oncológicos y provocar alteraciones hormonales, subraya esta especialista.
A su vez, de la Bastida, alerta de que los mohos suelen penetrar más fácilmente en las frutas que son más blandas y con mucha agua, tipo las peras o las fresas, las naranjas, o las mandarinas.
Precisamente, esta nutricionista recuerda que desde la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) ya avisa del peligro de las micotoxinas, o toxinas fúngicas, “un riesgo para la salud humana y animal”.
Se trata de compuestos químicos producidos de manera natural en el metabolismo secundario de algunos géneros de hongos y dice que son ocasionadas por varios centenares de especies de mohos que pueden crecer en determinados alimentos si se dan unas condiciones de humedad y de temperatura determinadas. En este contexto, esta experta en nutrición mantiene que algunas toxinas fúngicas son inmunodepresoras, es decir, que pueden reducir la capacidad del sistema inmunológico para hacer frente a los gérmenes y patógenos.
Con todo ello, mantiene que a la hora de evitar el desarrollo de moho en los alimentos se deben seguir los siguientes pasos:
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