Eutanasia
El suicidio como un acto médico
El Estado impone todas las regulaciones morales. Se nos presenta como una libertad que la Seguridad Social dé cobertura al deseo de alguien de que le maten
El Estado impone todas las regulaciones morales. Se nos presenta como una libertad que la Seguridad Social dé cobertura al deseo de alguien de que le maten.
Se ha presentado como la última libertad. La de lograr que un médico, encargado por el Sistema Sanitario de todos los controles, acepte la voluntad expresa de alguien de que le maten o interprete una voluntad expresada anteriormente, siempre que se cumplan dos condiciones: enfermedad con sus adjetivos o discapacidad con los suyos.
La experiencia del derecho comparado prueba que una vez que se legalice la eutanasia progresivamente, los adjetivos de la enfermedad serán menos graves en la observación de los médicos y las discapacidades menos profundas. También que, con el tiempo, tenderá a facilitarse la interpretación de la voluntad, de forma que las voluntades no explícitas pasarán a considerarse en los incompetentes, si las condiciones del beneficio se hacen patentes a los médicos quienes progresivamente pueden ser seducidos por la muerte.
La legalización de la facultad médica de matar a un paciente tiene dos efectos fundamentales. El primero es evidente. Los límites al rechazo del tratamiento por parte del paciente, la limitación de la dosis paliativa a sólo el fin paliativo se diluyen. No la lex artis, sino la propia legislación de derechos fundamentales refuerzan la tendencia al rechazo de medios indicados que, sin ser extraordinarios, retrasen en lo más mínimo la voluntad de morir de los pacientes.
El segundo es que en el acto médico se transforma el sentido del non nocere, del no dañar. Matar directamente, intencionalmente, sustituir el acto suicida de quien tiene voluntad suicida de una forma eficaz, humanitarista, aséptica no será ya un daño, sino el cumplimiento de «la última libertad». Los límites objetivos a los poderes médicos se diluyen. La perversión que se introduce en el sistema sanitario es completa. El médico se vuelve el encargado de administrar la muerte intencional, él debe tramitarla y procurarla, buscar los elementos que permitan el acto homicida compasivo y cumplimentar el requisito burocrático de que un colega ratifique el diagnóstico, que será, ya lo hemos visto, progresivamente más amplio.
Por supuesto se tolerará de momento al médico excéntrico que, sin estar seducido por la muerte, entienda que el viejo límite hipocrático, que definía el sentido de la profesión médica, sigue teniendo vigencia. Pero veremos, también lo hemos visto en supuestos como el aborto, cómo estos médicos que se niegan a ver el beneficio que la ley impone serán progresivamente incomprendidos y marginados, pues la voluntad del legislador es realizar ese derecho, el derecho a que el sistema sanitario te mate.
Por supuesto que entiendo que alguien desee matarse, y cuando las fuerzas faltan o la voluntad es débil, cuando uno no tiene la osadía de poner fin a su propia vida, uno pueda pensar en ser muerto por un medio aséptico, falsamente terapéutico. Pero en una ley de eutanasia no estamos hablando de las tentaciones o no del suicidio. Estamos hablando de su normalización como un acto médico cuidadosamente indicado.
Las viejas reacciones sociales ante el suicidio desaparecen. Ya no hace falta el acto mortal para contemplar la verdadera voluntad suicida. Ya no se requiere la intervención terapéutica para disuadir al posible suicida. Ni la ley, ni las costumbres nos alejan de la tendencia tanática que todos nos puede asaltar. Se me dirá que hay condiciones objetivas que limitan esta aparente tendencia suicida con administración de la Seguridad Social.
Detengámonos en estas condiciones objetivas. Dicen mucho del proceso de nuestra vida, de cómo lo valora el Estado que impone hoy más que nunca todas las referencias morales. En este punto, como en tantos otros nos ilumina Nicolás Gómez Dávila: «Hoy el anciano es tan inútil como el animal viejo. Donde no hay alma que los años tal vez ennoblezcan, sólo queda un cuerpo fatalmente envilecido».
Las condiciones objetivas no son la autonomía en el sentido de la adquisición de la conciencia de que el mundo de Maya no tiene sentido, que el hombre inserto en el ciclo de producción consumo debe romper con su estúpida existencia. Eso sería demasiado radical y no merece la atención del Estado.
Las condiciones objetivas lo que dicen es lo contrario. Que el hombre productivo-consumidor, manipulado en un hedonismo sin restos de la vieja dignidad hedonista, pierde su sentido cuando ya no puede producir y consumir, ni se le puede seguir engañando con un hedonismo que conviene a otros.
Entonces, como el breve carnaval de los esclavos, se le ofrece la posibilidad de morir. Tiene su vida en la clasificación de vidas que no son dignas de ser vividas y su autonomía se reconduce a la conveniencia pública de que no gaste, ni moleste, ni nos recuerde con su sufrimiento en que consiste la vida humana.
Mientras llegan las curaciones para unos pocos, mientras se limitan los tratamientos a las posibilidades de rentabilidad del sistema, mientras se realiza el sueño transhumano de los ricos, se ofrece a todos la eutanasia con cargo a la Seguridad Social.