India
El hambre aumenta en el mundo por tercer año consecutivo
Afecta a 821 millones de personas y provoca tanto desnutrición como obesidad
Seis millones de personas entraron a engrosar la lista de quienes pasan hambre a diario y no saben de dónde vendrá su próxima comida durante el año 2017 y confirma la tendencia al alza de los últimos tres años.
Seis millones de personas entraron a engrosar la lista de quienes pasan hambre a diario y no saben de dónde vendrá su próxima comida durante el año 2017, lo que eleva el total a 821 millones de personas y confirma la tendencia al alza de los últimos tres años, alejando así las perspectivas de lograr el objetivo de hambre cero para 2030, informa Ep.
Como resultado de ello, una de cada nueve personas en todo el mundo pasa hambre tras el incremento que se ha producido en África y América del Sur, según se desprende del informe 'El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo', elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), UNICEF, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Según los máximos responsables de estas agencias de la ONU, el aumento del hambre en el mundo está estrechamente relacionado con el aumento de los conflictos y la violencia en diversas partes del mundo, pero también con los efectos del cambio climático, por lo que defienden que "las iniciativas para combatir el hambre deben ir de la mano con las que encaminadas a mantener la paz"e igualmente es necesario "fomentar la resiliencia al clima en favor de la seguridad alimentaria y la nutrición".
Asia es el continente con más personas hambrientas, con 515 millones, lo que supone el 11,4 por ciento de su población, mientras que en términos de porcentaje el continente más golpeado por el hambre es África, con casi el 21 por ciento de sus habitantes afectados por este problema, o lo que es lo mismo, 256 millones. El hambre golpea especialmente al África Subsahariana, donde el 23,2 por ciento de la población está hambrienta. En esta parte del globo, el número de hambrientos pasó de 181 millones en 2010 a casi 222 millones en 2016 -un 22,6 por ciento más en seis años-, y en 2017 se situó en más de 236 millones.
La principal consecuencia del hambre es la desnutrición en sus diversas formas. Por un lado, se estima que hay 151 millones de niños menores de 5 años en el mundo que presentan retraso en su crecimiento, un nivel "inaceptablemente alto", ya que supone 22 por ciento del total de menores de esta edad.
Y ello pese a que, según el informe, se han logrado avances en este ámbito -se ha reducido la cifra en un 9 por ciento desde los 165,2 millones que había en 2012- y se ha aumentado la lactancia materna exclusiva durante los seis primeros meses de vida -del 36,9 por ciento en 2012 al 40,7 por ciento en 2017-.
Por otra parte, hay 51 millones de niños menores de 5 años que presentan emaciación, es decir, que tienen un peso por debajo de su talla y por tanto un mayor riesgo de muerte. Esto supone que el 7,5 por ciento de los niños de esta edad sufre esta forma de desnutrición, una cifra que va desde el 1,3 por ciento en América Latina al 9,7 por ciento en Asia. El dato está lejos de la meta de menos del 3 por ciento prevista para 2030.
En algunos países, la prevalencia es superior al 15 por ciento, entre ellos Yibuti, Eritrea, India, Níger, Papua Nueva Guinea, Sri Lanka, Sudán del Sur, Sudán y Yemen. Algunos de estos países atraviesan situaciones de emergencia como consecuencias de conflictos armados, como es el caso de Yemen o Sudán del Sur, pero la mayoría no.
Sobrepeso y obesidad
La inseguridad alimentaria además de desnutrición también provoca sobrepeso y obesidad, lo que explica la coexistencia de estas dos formas de malnutrición en algunos países. De acuerdo con el informe de las agencias de la ONU, en el mundo había en 2017 38 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso, representando África y Asia el 25 por ciento y el 46 por ciento del total, respectivamente.
A esto se suma que la obesidad entre los adultos es un problema que se está agravando y que actualmente afecta a más de uno de cada ocho, lo que se traduce en 672 millones de obesos a nivel mundial. Como resaltan las jefes de las agencias de la ONU, este problema es más significativo en América del Norte, "pero resulta preocupante que incluso África y Asia, que siguen presentando las tasas de obesidad más bajas, también estén mostrando una tendencia ascendente".
Además, han advertido en el prólogo del informe, "el sobrepeso y la obesidad están aumentando el riesgo de enfermedades no transmisibles, tales como diabetes de tipo 2, hipertensión, ataques cardíacos y algunas formas de cáncer".
Según el informe, las familias que se exponen a inseguridad alimentaria y tienen problemas para obtener los alimentos necesarios para una vida saludable, pueden tener un riesgo más alto de sobrepeso y obesidad. Esto es así porque "el escaso acceso a los alientos hace que aumente el riesgo de bajo peso al nacer y retraso del crecimiento en los niños, que están asociados a un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad en etapas posteriores de la vida".
Así, un escaso acceso a alimentos, y especialmente a alimentos saludables, contribuye a la desnutrición pero también al sobrepeso y la obesidad. En general, los alimentos nutritivos suelen ser más caros, lo que complica su adquisición para las familias con bajos recursos, que optan pues por dietas menos saludables.
A la coexistencia entre los casos de retraso en el crecimiento infantil como consecuencia de la desnutrición y el sobrepeso y la obesidad se la suele denominar "doble carga"de la malnutrición. Además, según resalta el informe, quienes padecen esta segunda forma de malnutrición pueden verse afectadas también por carencias de micronutrientes, es decir de vitaminas y minerales.
Estas personas padecen lo que se da en llamar "hambre encubierta". Se estima que 1.500 millones de personas en todo el mundo adolecen de una o más carencias de micronutrientes. Dentro de estas carencias figura la anemia, que afecta a una de cada tres mujeres en edad reproductiva.
Impacto del cambio climático
La inseguridad alimentaria viene motivada en muchos casos por conflictos y violencia, pero "la variabilidad del clima y la exposición a eventos climáticos más complejos, frecuentes e intensos"también incide y está "mermando los logros alcanzados en la eliminación del hambre y la malnutrición". "Para que podamos lograr un mundo sin hambre ni malnutrición en todas sus formas de aquí a 2030, resulta imperativo que aceleremos la aplicación de medidas y ampliemos su escala, a fin de fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación de los sistemas alimentarios y los medios de vida de las personas en respuesta a la variabilidad y las condiciones extremas del clima", han advertido los máximos responsables de FAO, PMA, UNICEF, OMS y FIDA.
"Los alarmantes indicios de una creciente inseguridad alimentaria y los altos niveles de las diferentes formas de malnutrición son una clara advertencia de que es mucho lo que resta por hacer para asegurarnos de 'no dejar a nadie atrás'"en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030, entre los que figura acabar con el hambre y todas las formas de malnutrición, han reconocido José Graziano da Silva, David Beasley, Henrietta H. Fore, Tedros Adhanom Ghebreyesus y Gilbert F. Houngbo.
Acción contra el hambre reclama romper los vínculos entre hambre y conflictos
“A la mayor recurrencia e intensidad de los fenómenos climáticos extremos hay que sumar los problemas de mal gobierno como una de las causas principales de estos datos”, explica Manuel Sánchez-Montero, director de incidencia y relaciones institucionales de Acción contra el Hambre.
La resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado mes de mayo reconocía los estrechos vínculos entre guerra y hambre. “Nuestra experiencia en más de 45 países nos ha dado evidencias sobradas de la relación bidireccional entre guerra y hambre: las guerras destruyen mercados y medios de vida y producen desplazamientos masivos que disparan los riesgos de desnutrición y, por otra parte, la inseguridad alimentaria y la competencia por los recursos naturales o los alimentos está en el origen de una gran parte de los 46 conflictos activos hoy en el mundo”, explica Sánchez-Montero al tiempo que señala la necesidad urgente de desarrollar los mecanismos necesarios para llevar esta resolución del papel a la realidad.
La proliferación de numerosos conflictos en el mundo (Siria, Yemen, Nigeria y región del lago Chad, Somalia, Sudán del Sur, Afganistán, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Myanmar...) que se prolongan en el tiempo, sin una solución a largo plazo, no hacen sino apuntalar el número creciente de personas que padecen hambre relacionado con la violencia, de las cuales 74 millones[1] lo sufren en su forma más severa, cuando es tan grave que supone una amenaza inmediata para la vida o los medios de subsistencia.
“Existe una dimensión del problema que no debemos perder de vista: el uso creciente del hambre como arma de guerra, mediante el asedio sistemático a población civil, el ataque a infraestructuras básicas de agua y medios de vida o el bloqueo de la ayuda humanitaria, tendencias al alza en conflictos cada vez menos protagonizados por ejércitos regulares y más por grupos armados con menos recursos militares, que encuentran en el hambre un arma de guerra muy barata”, señala Sánchez-Montero.
Acción contra el Hambre alerta también de la necesidad de acompañar los procesos de post-conflicto “sin dar por hecho que con la firma de los tratados de paz se resuelven todos los problemas, ya que la reconstrucción de medios de vida y tejido económico y social puede requerir varios años”, señala Sánchez-Montero. “Es el caso que estamos viendo en Colombia y en las ex repúblicas soviéticas de Cáucaso Sur”, añade.
“Debemos también permanecer muy atentos a cómo quedan resueltos los conflictos, ya que el hecho de que se den por concluidos no significa que termine la violencia. Una violencia que se ejerce sobre población civil y organizaciones humanitarias, que agrava la competencia por el acceso y control de los recursos naturales y que se traduce en represión dominante, que a menudo deriva en marginación social”. Todo ello conforma el caldo de cultivo perfecto para nuevos conflictos o formas de terrorismo internacional que pueden tener el hambre en su origen, concluye.
Según Acción contra el Hambre, aunque gran parte de la responsabilidad para llegar al objetivo de erradicar la desnutrición en 2030 recae sobre los propios países en lo sobre los modelos de gobernanza de los países más afectados, la comunidad internacional puede y debe impulsar decisivamente el camino hacia esta meta de desarrollo sostenible que cada día está más relacionada con la seguridad global: de acuerdo con la iniciativa internacional Nutrition for growth es necesario multiplicar por tres la inversión directa en nutrición en los próximos seis años para cumplir las metas marcadas por la Organización Mundial de la Salud. “Por otra parte es urgente que los gobiernos comprometan una ayuda que vaya más allá de la mirada cortoplacista de ayuda urgente para salvar vidas (muy necesaria) y sepa financiar también, con mecanismos flexibles y plurianuales, la generación de resiliencia entre la población: de lo que se trata es, al fin y al cabo, de evitar que el hambre provoque nuevos conflictos que vuelvan a aumentar el hambre, en una espiral descendente”. El Sahel es un escenario clave para poner en marcha este tipo de ayuda y evitar crisis alimentarias como la de este año, que afecta a más de 30 millones de personas.
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