Testimonio
Sobrevivir al infierno para ayudar a los otros
El emprendedor Ousman Umar cayó en las mafias en su intento de llegar a Europa. Tardó cinco años y recorrió más de 20.000 kilómetros
0usman Umar no sabe cuándo fue la fecha exacta de su nacimiento, solo que era un martes, y que, a pesar de su juventud, ha vuelto a la vida varias veces. Cuando era muy pequeño en su aldea africana de Ghana vio un avión que surcaba el cielo y se hizo una pregunta: ¿Quién viaja dentro y qué verá más allá en el cielo? Sin duda este interrogante tuvo gran culpa de lo que vendría a continuación: un viaje de más de 20.000 kilómetros hasta llegar a Barcelona, que duraría cinco años, en el que pasó por ocho países y en el que vivió una experiencia infernal que le ha marcado para siempre.
La curiosidad por conocer «el país de los hombres blancos» le llevó a dejar su país a los 12 años para dirigirse a Libia. Víctima de una mafia, fue abandonado en el desierto del Sahara junto a otras 56 personas, y a lo largo de los días, en los que incluso tuvo que beber su propia orina para poder vivir, vio como casi todos los que le acompañaban fallecían en el intento de alcanzar una vida mejor. Solo sobrevivieron 6. Aunque consiguió llegar a Libia, la vida para un chaval que no hablaba árabe y bajo el régimen de Gadafi no era ni mucho menos lo que había imaginado, así que pese a todo decidió volver a intentarlo, esta vez en patera. El destino era Fuerteventura, y el precio a pagar por su sueño también fue muy caro esta vez: su mejor amigo, que había sobrevivido junto a él en la travesía por el desierto, perdió la vida intentando alcanzar las costas españolas.
Gracias a lo que él atribuye a la «suerte», cinco años más tarde de abandonar Ghana consiguió llegar a Barcelona en 2005 (primero estuvo en el CIE de la isla canaria y en Málaga), «con 17 años y analfabeto, sin conocer el idioma y con una mano delante y otra detrás». Pasó un mes y medio durmiendo en la calle, comiendo de los contenedores de basura, y ha asegurado que «nunca me sentí tan solo, ni siquiera en el desierto del Sahara». «La gente se apartaba de mí, la ilusión desapareció rápido», recuerda.
Cuando ya había tirado la toalla una vez más, alguien se cruzó en su camino, esta vez sí para que todo fuera a mejor. Una mujer, Montse, detuvo su camino para ver qué necesitaba ese joven cuyos ojos pedían ayuda a gritos. Madre de tres hijos, «ella pensó que si alguno de sus hijos se encontrara en una situación similar le hubiera gustado que no le dieran la espalda y que escucharan qué necesitaba», recuerda Ousman. Así que, como ella no hablaba inglés, llamó a su marido para que hablara con él. La generosidad de esta pareja les llevó a acogerle en su casa y se convirtieron en sus padres adoptivos. A partir de entonces, todo cambió. Empezó a trabajar en un taller arreglando bicicletas, y también a estudiar. En seis años «pasé por todo el sistema educativo español, aprobé la Selectividad y en 2011 entré en la Facultad de Químicas». «Mientras mis compañeros se hacían cubatas yo usaba el hielo para ponerlo en un barreño y meter los pies en el agua fría para mantenerme despierto por las noches para estudiar», recuerda.
Pero la experiencia vivida le había cambiado, y decidió que esa «suerte» que había tenido no podía guardársela para él. «Yo me siento millonario, me ha tocado mucho más que el euromillón», afirma. «Tenía que compartir esa suerte, esa gran lotería (el sobrevivir) con los más necesitados, con mis compatriotas», por lo que decidió crear Nasco Feeding Minds para mejorar la educación en su país de origen. Con su sueldo de mecánico de bicicletas y la ayuda de unos amigos compró en Ghana 45 ordenadores, pupitres y contrató a dos profesores. La idea de Ousman es clara: «La solución a la inmigración no está en el mar, está en su origen», por lo que Nasco da información y formación a los compatriotas de su país para luego dar oportunidades de trabajo y generar riqueza «en su propio entorno, donde está el problema».
Pese a que reconoce que muchas ONG hacen una buena labor, Ousman es crítico con la ideología que las sustenta: «El crecimiento económico no pasa por la caridad, sino por la prosperidad, hay que entender que la caridad lo que hace es perpetuar la pobreza», subraya. Además, añade que «el gran error de la cooperación es ir a los países y decir a la gente cómo tienen que vivir, yo no voy a tu casa a decirte cómo tienes que hacer las cosas», explica.
En este momento afronta una nueva aventura que nunca habría soñado emprender, un master ejecutivo en una de las universidades más prestigiosas del mundo. En sus planes de futuro está extender su mensaje a otros países de que «hay que alimentar mentes, es la única forma de acabar con la inmigración», y lograr que la gran parte de esos 20.000 niños que han pasado durante estos diez años por su programa «trabajen en Ghana sin necesidad de cruzar el mar».
Nasco Feeding Minds, su logro
Durante sus diez años de funcionamiento la ONG creada por Ousman Umar ha establecido 14 aulas en Ghana a las que tienen acceso más de 43 escuelas, y ha proporcionado más de 20.000 formaciones. En 2019 nació Nasco Tech, que genera oportunidades laborales para los jóvenes graduados, y gracias al cual en este momento 14 de ellos trabajan para empresas españolas de forma telemática desde Ghana.
En 2017 Nasco Feeding Minds fue premiada en los WSIS Prizes por la ITU, el organismo especializado en telecomunicaciones de la ONU, y en 2021 Ousman Umar fue distinguido con el Premio Princesa de Girona Social, que distingue a los jóvenes que han logrado éxitos en la creación y el impulso de proyectos sociales con una visión nueva y logros tangibles.
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