Día Internacional de la Mujer
El gen femenino de la pandemia
Ellas saben bien lo que es luchar para hacerse un hueco en lo que antes era un territorio vedado para las mujeres. Acompañamos a directivas, científicas, médicos y limpiadoras que también han estado batallando contra la Covid
La pandemia no entiende de género, pero este sí es importante a la hora de hablar de las muchas mujeres que han estado al frente, cada una a su manera, de este virus letal que ha puesto el mundo patas arriba. Profesionales, trabajadoras que luchan por la vida y contra el machismo, por la igualdad y contra la discriminación, por ayudar a la sociedad y también a todas aquellas que no han podido llegar donde ellas sí lo han conseguido. Por rasgar un techo de cristal que todavía sigue presente y que cuesta aplacar tanto como al coronavirus.
La lucha de la valenciana Lorena David ha sido firme. Ella ha conseguido ocupar uno de esos cargos de poder y responsabilidad que hace años estaba reservado solo a los hombres. Un puesto directivo. Y no uno cualquiera, sino que está al frente de la gestión y dirección de una residencia de ancianos, en concreto el Instituto Geriátrico Valenciano, tan golpeadas por la pandemia y que han supuesto uno de los agujeros más negros del último año. A sus 44 años, esta licenciada en Administración y Dirección de Empresas reconoce que a lo largo de su carrera profesional ha notado importantes avances en materia de igualdad. «Ahora somos más mujeres las que ocupamos cargos de responsabilidad. Cuando comencé hace 23 años en este sector, había muchas trabajadoras, pero estaban destinadas a puestos de ejecución, a la cadena productiva. Ahora han cambiado las tornas. Es cierto que en mi sector siempre ha habido muchas mujeres y no tenía sentido que fueran los hombres los que estuvieran en los altos cargos», relata.
De hecho, en su plantilla, el 80% de las trabajadoras son féminas. «Cuando acudo a encuentros con la patronal en las que nos citamos los directivos, me satisface ver cómo hay muchas otras en mi misma situación. Hace años, era muy raro que ocurriera». Mientras nos relata su experiencia profesional, hace una pausa para describir cómo ha desarrollado su trabajo durante este «año tan terrible»: «Ha sido doloroso, aunque por suerte ninguno de nuestros mayores ha fallecido. Tenemos 44 usuarios, la mayoría mujeres, y se han portado muy bien. No sabes cómo admiro su estoicidad. Los ancianos de residencias son los que aún deben permanecer confinados y esto, después de un año, es demoledor. Por suerte, ya hemos vacunado a todo el personal y espero que las cosas vayan mejorando poco a poco».
Para valentía y heroicidad la de mujeres como ella que, con las cosas claras y una preparación excepcional, no dudó en plantar cara a quien fuera para reivindicar su lugar. No ha sido un camino sencillo y con varias piedras se ha topado en el camino. «Donde he tenido que demostrar mi valía ha sido en mi relación profesional con los sectores que están comprometidos con el mío. Es decir, cuando, por ejemplo, tengo que negociar con proveedores o industriales. Tengo un socio, Javier, y he visto cómo no nos tratan igual. He debido sacar mi vena más estricta y directiva para que me tomen en serio, algo que a él no le ha ocurrido», confiesa. Así, cuando ha tenido que tirar de nervio para imponer su postura, ha sido frecuente tener que escuchar frases como: «Hay que ver qué genio tienes, eres como mi mujer. Tienes más mala leche que mi suegra».
¿Jefa o secretaria?
«Se nos trata con displicencia y nos vemos obligadas a no poder mostrar nuestras debilidades y tomar un cariz más rígido, lo cual a mí no me gusta, pero no queda otra». También se ha topado en estos años con situaciones «curiosas» como la de confundirla de cargo y pensar que ella era la secretaria de Javier por el simple hecho de tener los despachos contiguos, o «incluso, a veces, cuando ha habido alguna incidencia en la residencia y llaman los familiares me dicen que quieren hablar con el director del centro. Cuando les digo que soy yo me dicen que muy bien, pero que les pase con el verdadero responsable. Hay mentalidades que todavía es necesario cambiar. Además, gran parte de los usuarios, que como ya son mayores, no entienden que una mujer pueda estar al frente de la residencia. Pero, claro, ellos son de una generación diferente».
Aunque reconoce que nunca se ha planteado tirar la toalla ante las vicisitudes de género, sí afirma que su proceso de conciliación cuando fue madre «fue desastroso»: «A las mujeres, de manera indirecta, se nos obliga a elegir entre ser directivas o madre. Yo conseguí hacer ambas durmiendo poco. En ciertas ocasiones me ha provocado sentimientos de culpa, por, quizá, no haber estado más tiempo con mi hijo, y eso es algo que deberíamos de quitarnos las mujeres de la cabeza, el famoso ’'malamadre’'. Pero sí que me he sentido rechazada en ocasiones por otras madres que veían como algo horrible que dejara a mi hijo en la guardería hasta las seis de la tarde. A veces, somos nuestras peores enemigas».
Lorena asegura que, en algunos momentos, vio peligrar su exitosa carrera «porque no llegaba a todo, pero aquí estoy. Lo que deberían hacer nuestros gobernantes es apoyarnos a las que queremos ser profesionales y madres para que no tengamos que elegir el ser una cosa u otra, porque lo que somos es mujeres con los mismos derechos y, por supuesto, obligaciones, que los hombres», asevera.
Quien también se ha enfrentado a esta guerra particular y a la de la pandemia en general ha sido Gema Ruiz, que ha sus 41 años ya ocupa el cargo de responsable del grupo de investigación traslacional en hipertensión y enfermedad cardiorrenal del Instituto de Investigación Sanitaria i+12 del Hospital 12 de Octubre. Tras estudiar Bioquímica, hacer la tesis y conseguir apasionantes puestos de investigadora en diferentes centros nacionales internacionales, ahora analiza para LA RAZÓN lo que ha supuesto el ser mujer en la carrera científica. «En mi sector hay muchas trabajadoras de base y menos en altos cargos de gestión. Cuanto más asciendes, más ves que hay varias responsables de grupo, pero la labor de dirección sigue siendo predominantemente masculina. Seguimos tenemos un cierto techo de cristal difícil de traspasar».
Según datos de la UNESCO, menos del 30% de investigadores científicos en el mundo son mujeres. Sin embargo, España presenta uno de los porcentajes más elevados, pues el 49,3% de personas que se dedican a la ciencia y la ingeniería son mujeres. Gema da buena cuenta de ello y reconoce que, pese a que no considera que en su sector haya diferencias de oportunidades en cuanto a salario se refiere, «siguen existiendo algunas coletillas con las que hay que acabar». Se refiere, por ejemplo, a la poca presencia de mujeres en los comités científicos «o cuando vas a una conferencia y la mayoría de los ponentes son hombres. En varias ocasiones, además, piensan que tú acudes allí en calidad de ayudante, enfermera o becaria. Esa mentalidad, en cierto modo, sigue existiendo».
Esta competente científica es partidaria de que las mujeres lleguen a cargos directivos por sus propios méritos, «de manera natural, no porque haya cuotas, pero es cierto que en este momento las plazas obligatorias que deben ser cubiertas por mujeres siguen siendo necesarias. Cuando esto no haga falta es porque habremos llegado a la igualdad real».
En relación con la pandemia, el equipo con el que trabaja Gema ha realizado alguna contribución puntual, en concreto sobre el impacto de la medicación Covid en pacientes con hipertensión. «Ha sido algo puntual a modo de comentario editorial sobre el que nos pidieron nuestra opinión como expertos. El angiotensin-converting enzyme 2 receptor es la vía de entrada del sars-cov2 y se planteo que fármacos antihipertensivos que bloquean esta vía podrían ser negativos y se debían de retirar. Nuestro grupo contribuimos a explicar por qué no era adecuado hacerlo», detalla con la emoción de aquellos que viven su trabajo como fuerte pasión.
Una vida llena de obstáculos
Estefanía Ortega (Potosí, Bolivia, 1977) es una superviviente. En su caso, no es una forma de hablar. Esta mujer de 44 años ha logrado salir adelante, y guardar la cordura, en ambientes hostiles y trágicos desde que vino al mundo. Cuando apenas tenía once años, su madre murió de un ataque al corazón y ella, tan niña, se convirtió en la madre de sus cuatro hermanos pequeños; los otros siete ya se habían marchado de casa. Forzada a dejar el colegio cuando apenas sabía leer y escribir, con catorce años emprendió camino a la ciudad de Santa Cruz para buscarse la vida porque «sentía que tenía que salir de allí». Atrás dejaba un pueblo que «no era de mucho tener» y un padre abusivo que «en su vida agarró un plato o una olla, antes se habría muerto de hambre».
Todavía recuerda la pérdida de su madre como uno de los momentos más duros. «Fue terrible, pensaba que en cualquier momento iba a aparecer», cuenta emocionada en la cocina de la casa madrileña en la que trabaja como empleada del hogar desde hace casi cinco años. Estefanía, cuya lengua materna es el quechua, se expresa en un forzoso español que tuvo que aprender sobre la marcha tras dejar atrás Potosí. Ella misma se sorprende de su gran capacidad de adaptación. Como cuando volvió a emprender el éxodo y dejó Bolivia para ganarse el pan en España y poder enviar dinero a su hija, Carla, que quedó al cuidado del padre en Santa Cruz. De inmediato se hizo con Madrid y en pocos días se movía por el Metro con soltura: «Me adapté rápido, rápido, no me costó nada».
La historia de esta mujer es también un relato de solidaridad femenina. Después de que su marido por aquel entonces, Félix, se le uniera en la capital española, a donde llegó «del brazo de otra novia», la hija de ambos quedó al cuidado de la directora del colegio en el que estudiaba. María Elena se llama el hada madrina con la que Carla, que está a punto de licenciarse en Ingeniería, aún vive. «Ella se había separado y sus hijos se habían marchado. Dios las unió en un momento en el que se necesitaban mutuamente», relata.
También fue otra mujer, en esta caso española, quien la convenció para que denunciara al padre de su hija, quien no contento con engañarla con otra se dedicó a pegarle palizas durante el año y medio que continuó su relación en España. De aquello guarda un recuerdo amargo porque «la Policía no me creyó y el juicio tardó años en celebrarse». Estefanía, maltratada por un hombre por segunda vez, se metió en un pozo muy negro del que volvió a resurgir y ahora se prepara para jurar en abril la nacionalidad española.
En su caso, la pandemia llegó en forma de regalo. Pudo pasarla con su hija en Santa Cruz, donde había viajado en enero de vacaciones y donde tuvo que quedarse forzada por el cierre internacional. Su actual empleadora, que perdió a su marido durante el confinamiento, le mantuvo el empleo y casi todo el sueldo los seis meses que faltó, pero Estefanía perdió su trabajo de las tardes porque el señor italiano que la tenía contratada también murió por la Covid-19. Dice que ambas muertes «me resultaron muy duras, allí, tan lejos, me hubiera gustado tener alas y haberme podido venir para estar con la señora».
Lo que esta boliviana afirma haber aprendido de su complicada biografía es que «no hace falta estar con un hombre, yo puedo salir adelante sola. Nunca olvido de dónde vengo y todo lo que me ha pasado». Es lo que ha tratado de inculcarle a su hija, que sea todo lo autónoma e independiente que pueda, ya sea sola o acompañada. Y todo indica que Carla ha aprendido la lección y va a lograr romper ese círculo vicioso de maltrato y sumisión que a Estefanía le ha costado sangre, sudor y muchas lágrimas deshacer.
Teresa Aldámiz-Echevarría Lois (Coruña, 1980) sabe bien lo que es labrarse un futuro a pulso. Médico de Enfermedades Infecciosas desde hace once años en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, ha pasado la pandemia entregada a su trabajo. Asegura que fue una experiencia dura, y que lo sigue siendo para muchos sanitarios. Algunos, incluso, «se han replanteado su profesión y quizá no vuelvan a sus puestos». Para ella una de las cosas más difíciles ha sido tener lejos a su madre, viuda y residente en Galicia, a la que ha podido ver muy poco durante este año.
La búsqueda de apoyo emocional para navegar mejor la crisis del coronavirus ha marcado una diferencia entre hombres y mujeres. Afirma Teresa que «los grupos de apoyo psicológico que se han puesto en marcha en el hospital han estado integrados casi en su totalidad por sanitarias». Pero, en su opinión, la mayor «brecha» de género que ha dejado al descubierto la Covid-19 en la Sanidad es la escasa visibilidad de las mujeres en comparación con los hombres, «a lo que se ha escuchado mucho más». Quizá se deba, argumenta, a que «nosotras hemos estado más pico y pala sacando trabajo adelante y no tanto en dar mensajes o en liderar la crisis».
Esta médico internista no exime a las mujeres de su responsabilidad en el sentido de que «es posible que nosotras también contribuyamos a que se perpetúen esos roles tradicionales». La realidad es que «sigue siendo más atractiva una voz masculina para los medios de comunicación, como si estuviera más legitimada». Lo cierto es que, pese a que las estudiantes son el 70 por ciento de las Facultades de Medicina, los puestos de poder y dirección siguen siendo masculinos en su mayoría y ellos han sabido «aprovechar mucho mejor el momento para hacerse oír».
La conciliación ha sido complicada para todos en estos doce meses de combate en la primera línea contra el coronavirus y, desde el punto de vista del «trabajo útil», Teresa cree que el esfuerzo ha sido paritario. Sin embargo, la situación familiar sigue marcando mucho a las mujeres. En su caso, soltera y sin hijos, tiene que hacer frente a ciertos prejuicios: «Algunos piensan que, como no tengo cargas familiares, estoy mucho más libre, pero es que estar sola también es complicado. Yo dependo de mí misma y no tengo una pareja que gane otro sueldo con el que poder contar, por ejemplo. Se asume que una mujer en mi situación tiene mayor disponibilidad para trabajar».
Como Teresa, que reconoce el alto precio personal que se paga por desarrollar una carrera profesional tan «exigente», todas las mujeres de este reportaje han sacado la cara por ellas mismas. No han esperado a que otros les facilitaran el camino y se han fajado contra prejuicios, obstáculos e ideas preconcebidas. Representan el afán por una igualdad que aún no debe darse por sentada. Queda camino.
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