Estudio

¿Por qué a veces te cuesta hacer la compra o concentrarte en algo?

Un estudio de "Nature" descubre por qué motivo la capacidad de las personas para interpretar emociones o concentrarse en la realización de una tarea se reduce y qué funciones, en cambio, no se ven afectadas

Cesta de la compra
Cesta de la compraLa RazónLa Razón

Siempre se ha dicho que "somos lo que comemos", pero también lo que respiramos. Así lo demuestra un estudio de las Universidades de Birmingham y Manchester publicado en "Nature Communications" tras descubrir el motivo por el que la capacidad de las personas para interpretar emociones o concentrarse en la realización de una tarea se reduce.

Y la razón no es otra que por la exposición a corto plazo a la contaminación del aire por partículas en suspensión (PM), lo que potencialmente hace que las actividades cotidianas, como la compra semanal en el supermercado, sean más desafiantes, revela este nuevo estudio.

Los científicos han descubierto que incluso una exposición breve a altas concentraciones de PM (que produce el tráfico, las plantas de energía, las fuentes de combustión como la calefacción y las industrias, entre otras) puede perjudicar la capacidad de una persona para concentrarse en las tareas, evitar distracciones y comportarse de una manera socialmente aceptable.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores expusieron a los participantes del estudio a niveles elevados de contaminación del aire (humo de velas) o a aire limpio, y evaluaron sus capacidades cognitivas antes y cuatro horas después de la exposición.

Las pruebas midieron la memoria de trabajo, la atención selectiva, el reconocimiento de emociones, la velocidad psicomotora y la atención sostenida.

Sus hallazgos revelan que la atención selectiva y el reconocimiento de emociones se vieron afectados negativamente por la contaminación del aire, independientemente de si los sujetos respiraban normalmente o solo por la boca.

Los expertos sugieren que la inflamación causada por la contaminación puede ser responsable de estos déficits y señalan que, si bien la atención selectiva y el reconocimiento de emociones se vieron afectados, la memoria de trabajo no se vio mermada. Esto indica que algunas funciones cerebrales son más resistentes a la exposición a la contaminación a corto plazo.

“Nuestro estudio proporciona evidencia convincente de que incluso la exposición a corto plazo a partículas en suspensión puede tener efectos negativos inmediatos en las funciones cerebrales esenciales para las actividades diarias, como hacer la compra semanal en el supermercado”, afirma en un comunicado el coautor Thomas Faherty, de la Universidad de Birmingham..

“La mala calidad del aire socava el desarrollo intelectual y la productividad de los trabajadores, con importantes implicaciones sociales y económicas en un mundo de alta tecnología que depende de la excelencia cognitiva", incide el coautor, el profesor Francis Pope, de la Universidad de Birmingham.

“La reducción de la productividad -prosigue- afecta el crecimiento económico, lo que pone de relieve aún más la necesidad urgente de establecer normas más estrictas sobre la calidad del aire y medidas de salud pública para combatir los efectos nocivos de la contaminación sobre la salud cerebral, en particular en las zonas urbanas altamente contaminadas”.

El funcionamiento cognitivo abarca una amplia gama de procesos mentales que son cruciales para las tareas cotidianas. La atención selectiva, por ejemplo, ayuda a la toma de decisiones y a la conducta orientada a objetivos, como priorizar los artículos de la lista de la compra en el supermercado, mientras se ignoran otros productos y se resiste a las compras impulsivas.

La memoria de trabajo sirve como un espacio de trabajo temporal para almacenar y manipular información, es vital para tareas que requieren procesamiento y almacenamiento simultáneos y es esencial para tareas que requieren realizar múltiples tareas, como planificar un cronograma o hacer malabarismos con múltiples conversaciones.

La cognición socioemocional, que implica detectar e interpretar las emociones en uno mismo y en los demás, ayuda a orientar el comportamiento socialmente aceptable. Aunque se trata de habilidades cognitivas independientes, trabajan juntas para permitir la realización exitosa de tareas tanto en el trabajo como en otros aspectos de la vida.

En general, el estudio destaca la necesidad de realizar más investigaciones para comprender las vías a través de las cuales la contaminación del aire afecta las funciones cognitivas y explorar los impactos a largo plazo, especialmente en poblaciones vulnerables como los niños y los adultos mayores.

“Este estudio muestra la importancia de comprender los impactos de la contaminación del aire en la función cognitiva y la necesidad de estudiar las influencias de diferentes fuentes de contaminación en la salud cerebral de los miembros mayores vulnerables de la sociedad”, pone de relieve el coautor, el profesor Gordon McFiggans, de la Universidad de Manchester.

El estudio es el primero en manipular experimentalmente las vías de inhalación de la contaminación atmosférica por partículas finas o PM2.5 ( aquellas con un diámetro aerodinámico igual o inferior a 2,5 micras), lo que aporta información valiosa sobre cómo las diferentes vías afectan a las funciones cognitivas.

Los investigadores destacan la necesidad de seguir investigando los impactos a largo plazo y las posibles medidas de protección.

A nivel mundial, la contaminación del aire es el principal factor de riesgo ambiental para la salud humana, ya que aumenta la mortalidad prematura. Los efectos perjudiciales de la mala calidad del aire en los sistemas cardiovascular y respiratorio son ampliamente reconocidos y están vinculados con enfermedades neurodegenerativas como la esclerosis múltiple, la enfermedad de Alzheimer y la enfermedad de Parkinson.

Las PM 2.5 son el contaminante del aire más responsable de los efectos sobre la salud humana: en 2015 se atribuyeron alrededor de 4,2 millones de muertes solo a este tamaño de partícula. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los límites de 24 horas y anuales sean inferiores a 15 μg m -3 y 5 μg m -3 respectivamente.