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Vegetales

Así es la alergia a la profilina que cada vez es más común y con reacciones más graves

El rechazo a la proteína de frutas y verduras aumenta en España, aunque está infradiagnosticado

¿Qué es la profilina y en qué alimentos se encuentra? Teresa GallardoLA RAZÓN

Repetida hasta la saciedad, la recomendación que realizan los profesionales sanitarios de que hay que tomar al menos cinco raciones de frutas, verduras y hortalizas al día ha calado en la sociedad. No es de extrañar, pues esta saludable práctica se convierte en un buen «seguro de vida» cardiovascular y anticancerígeno, pues es la forma más sencilla de garantizar que nuestro organismo cuenta con las vitaminas, minerales, fibras y antioxidantes necesarios para que su engranaje funcione a pleno rendimiento.

Sin embargo, hay ocasiones en las que comer productos frescos y saludables puede significar ponerse en riesgo, hasta el punto de provocar, en el peor de los casos, una reacción que podría resultar fatídica. Es lo que ocurre con las personas que sufren alergia a la profilina, «una proteína que produce reactividad cruzada entre especies y que se caracteriza por ser muy ubicua, pues está presente en prácticamente todo el reino vegetal, desde frutas, verduras, hortalizas, frutos secos, legumbres... Además, hay un problema añadido y es que está muy bien conservada, es decir, que evolutivamente se ha mantenido muy similar a la proteína del polen de algunas plantas, como el de la palmera, el olivo o el de las gramíneas, entre otras, lo que aumenta el riesgo de sensibilización», advierte Mari Carmen Diéguez, presidenta del Comité de Alergia a alimentos de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, Seaic.

Cifras al alza

Aunque no existen estadísticas recientes que confirmen el número preciso de personas que sufren alergia a la profilina en nuestro país, los expertos consultados por A TU SALUD coinciden en que se trata de un trastorno al alza. «La sensibilización a la profilina se ha detectado, aproximadamente, en el 20-30% de los pacientes polínicos», detalla Laura Argiz, especialista en Alergología de la Clínica Universidad de Navarra, quien destaca que «la alergia a los alimentos afecta al 8% de los españoles».

Lo que sí es cierto es que los especialistas en Alergología cada vez ven este problema con mayor frecuencia en la consulta. «Ahora mismo resulta tremendamente habitual encontrarnos a personas con este problema y sabemos que está infradiagnosticada, porque las primeras reacciones que provoca son tolerables, como picor en la boca o hinchazón en los labios, por lo que no se le da importancia y muchos no consultan con el especialista», reconoce Diéguez, quien augura que «la tendencia es creciente, pues se calcula que en los próximos años el 25% de la población española presente alergia al polen inhalado, lo que eleva el riesgo de desarrollar posteriormente sensibilización a la profilina de los alimentos».

De hecho, no solo en las consultas de Alergología se nota ese incremento, ya que también se deja sentir en el dietista-nutricionista. «Observamos una tendencia cada vez mayor de pacientes alérgicos a polen o gramíneas con sintomatología asociada a nivel digestivo o dermatológico, que puede llegar a confundirse con alergia a la profilina porque los síntomas son muy similares», admite Claudia Rosete, miembro del Consejo General de colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas (Cgcodn).

El polen, la antesala

El quid de la cuestión de la alergia a la profilina está en su desencadenante, que es el polen. «Al estar presente en prácticamente todos los sitios y resultar casi idéntica, las personas con hipersensibilidad que debutan con síntomas respiratorios tradicionales, como congestión nasal, estornudos, mucosidad o tos, con el paso del tiempo –que puede ser desde unos meses hasta años–, sus anticuerpos acaban generando inmunidad frente a esta proteína, lo que provoca una reacción alérgica cuando se ingieren los alimentos que la incluyen. Existe una vinculación directa entre hipersensibilidad al polen y reacciones adversas a algunos productos vegetales», explica Joaquín Sastre, jefe del Servicio de Alergología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid.

Y eso es lo que le pasó a Henar, una joven de 25 años que lleva prácticamente toda su vida conviviendo con la alergia al polen. Sin embargo, «lo que empezó con una reacción típica de estornudos, picor de ojos, mucosidad o tos, derivó posteriormente en asma alérgico. Y fue a más, pero de forma silenciosa. Por aquel entonces, cuando comía frutas, como sandía, melón o un zumo de naranja recién exprimido, notaba que me picaba mucho la boca. Yo lo rechazaba, porque cada vez era más incómodo, pero tanto en casa como en el colegio lo achacaban a excusas infantiles para librarme de comer la fruta», relata.

Pero no eran excusas. Si la cara negativa de la profilina está en su don de la ubicuidad y su alta conservación, la parte positiva pasa por su gran inestabilidad, «ya que se destruye en contacto con la saliva, con los jugos gástricos o con las altas temperaturas. Esto se traduce en que las personas con alergia a la profilina pueden comer los alimentos que la contienen siempre y cuando estén bien procesados y cocinados», detalla Sastre. De no ser así, el hecho de tomar vegetales crudos o muy poco cocinados provoca unas consecuencias inmediatas: «Lo más habitual suele ser picor en la lengua e irritación de la boca que suele pasar de forma espontánea con el paso de los minutos, a lo que puede añadirse la aparición de urticarias o ronchas en la comisura de los labios, así como la hinchazón de los mismos», apunta Argiz.

Mayor gravedad

Según lo descrito científicamente hasta el momento, tal y como asegura Sastre, «resulta muy raro que provoque dificultad para tragar o que pueda desencadenar una anafilaxia, es decir, una reacción alérgica grave cuyos síntomas pueden ser potencialmente mortales, ya que se cierra la glotis e impide respirar». Pero lo cierto es que, aunque se trate de algo poco común, es una amenaza presente.

Prueba de ello es Henar, quien vivió una dramática experiencia con apenas 14 años, cuando «tras comer un buen puñado de picotas, que era mi fruta favorita, comencé a notar un fuerte picor en la boca, los labios se me inflamaron y me costaba respirar. En el hospital me dijeron que había sufrido una anafilaxia por la fruta, a pesar de que, durante años, los médicos le decían a mis padres que yo no tenía nada. Incluso les dijeron que la alergia a la sandía y al melón no existía», cuenta con indignación. A raíz de este episodio, Henar siempre lleva consigo, por prescripción médica, una inyección de adrenalina capaz de atajar una posible reacción alérgica grave.

Investigación en marcha

Para poner negro sobre blanco la impresión que tienen los especialistas en su práctica clínica diaria, Argiz lidera desde enero un estudio científico «en el que participan hospitales de toda España que busca confirmar con datos objetivos si la alergia a la profilina produce reacciones más graves de las descritas hasta ahora, que eran anecdóticas. Y lo cierto es que en apenas cuatro meses ya hemos visto entre diez y 15 casos. Esto podría cambiar la recomendación que se hace hasta el momento y nos obligaría a concienciar más a los pacientes y a los profesionales de la importancia de este tipo de alergia».

Y es que, hasta ahora, dado que la profilina es termolábil, «se puede aceptar que los afectados tomen las verduras que mejor toleran de vez en cuando, bien cocinadas y sabiendo que les puede generar alguna molestia. Esto les permite evitar posibles carencias nutricionales que, a priori, no suelen ser habituales», admite Sastre. En este sentido, Francisco Pita, miembro del Comité Gestor del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), asegura que «si no tiene una gran restricción de alimentos por parte de Alergología, el paciente no tendrá una carencia nutricional importante pudiendo ser, por suerte, más un problema social y culinario que nutricional». Sin embargo, en casos más graves, como el de Henar, que ya ha desarrollado reacciones prácticamente a todas las frutas, verduras y frutos secos, el déficit nutricional sí puede pasar factura. «Mi sistema inmune está más debilitado y enfermo con mayor frecuencia. Se me cae mucho el pelo, tengo la vitamina D bajísima, apenas me pongo morena...», relata la joven. En estos casos, «podría ser necesario algún polivitamínico para asegurar un aporte completo», aconseja Pita, una idea que también defiende Rosete, siempre y cuando «la suplementación se paute de forma individualizada en función de las necesidades y de patologías asociadas que tenga el paciente, pues la prioridad será cubrir esas carencias mediante la dieta».