Religión

Ver a Dios

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Mosaico de la Iglesia de San Apolinar el Nuevo, Ravena, Italia
Mosaico de la Iglesia de San Apolinar el Nuevo, Ravena, Italia (525)La Razón

Meditación para este V domingo del tiempo ordinario

Las lecturas de este domingo nos hablan de algo que quizá sabemos muy bien, como también de algo que muchas veces nos confunde. Lo que quizá sabemos bien es que Dios es grande y nosotros somos pequeños; Él es santo y nosotros, pecadores. Lo que muchas veces nos confunde es que no debemos quedarnos atascados mirando nuestra propia indignidad, sino que debemos dar la primacía a la llamada que Dios nos hace. Leamos este pasaje del evangelio en un momento de recogimiento:

«En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. 3Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”. Respondió Simón y dijo: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» (Lucas 5, 1-11).

Ante el portento de la pesca milagrosa, a Pedro le salta a la vista su propia indignidad. Porque hasta entonces había sido testigo de algunos milagros de su Maestro, pero todavía ninguno se había referido tan directamente a él. Ahora comprende que la grandeza de Jesús le sobrepasa tremendamente. Se da cuenta de su pequeñez ante la divinidad de quien es obedecido hasta por los vientos y las olas impetuosas. Ciertamente, se trata de una cuestión de proporciones, que nos sitúa de modo correcto en lo que somos y el lugar que ocupamos en la creación: Dios es el Eterno e inabarcable; nosotros, limitados y pequeños. Pero este mismo Dios es quien llama a Pedro a seguirle y ha querido bogar en su barca para conducirla a un nuevo rumbo. Por eso, aunque es infinita la distancia esencial entre Cristo y cualquier otra persona, tanto Pedro como tú y yo estamos invitados a reconocer que ha sido su amor el que ha querido acercarse y acompañar nuestros caminos. ¿Te das cuenta de que Dios tiene la iniciativa de acercarse a tu vida y confías en el camino que Él te señala?

«No temas, desde ahora serás pescador de hombres». Con estas palabras Jesús ayuda a Pedro a salir de sí mismo, a dejar de mirar la estrechez de su pequeño mundo, para disponerse a la misión que él le encomendará. Para ello debe ser consciente de sus límites, sí, pero para ayudar a los demás a salir de ellos. Ahora será pescador de hombres, hacia quienes dirigirá sus esfuerzos por transmitir la vida nueva que viene de Dios. Este es el punto crucial del auténtico conocimiento de nosotros mismos a la luz de la gracia: La conciencia de nuestra imperfección debe ayudarnos a ser solícitos con los demás, hacia quienes hemos de dirigirnos con misericordia y generosidad. Pregúntate, por tanto, si la conciencia de tu propia fragilidad te encierra en el pesimismo o te hace más solícito con quienes te necesitan. En este punto se comprueba la autenticidad de tu propia humanidad y de tu misma fe.

Disponte entonces a tomar el timón de tu vida con la serena confianza de quien es conducido por el soplo del Omnipotente. Que seas consiente de tu propia pequeñez para abismarte en la grandeza de quien te ama y la misión a la que te envía. En tu camino encontrarás muchos más a quienes iluminar con la gracia recibida. A ellos has de invitarles también a un portentoso navegar.