Buenos Aires
Un sabio compañero
Francisco derrochó humildad durante una semana de meditación con obispos en 2006 en Pozuelo, de la que todos guardan recuerdos
Sencillo, humilde, cercano... Éstos son los adjetivos que más se repiten estos días en los medios a la hora de calificar al recién elegido sucesor de Pedro. Los mismos que utilizan los obispos españoles para describir al que hasta el pasado miércoles conocían como el cardenal Bergoglio. Cada mes de enero, la Conferencia Episcopal Española organiza una semana de meditación en una residencia que la Compañía de Jesús tiene en el municipio madrileño de Pozuelo de Alarcón. Una figura relevante en el seno de la Iglesia se encarga de dirigir las meditaciones. En enero de 2006, el escogido fue Jorge Mario Bergoglio, un jesuita argentino del que se tenían muy buenas referencias por su labor pastoral en Buenos Aires.
Durante una semana, más de 50 obispos españoles se congregaron en la residencia Monte Alina para «pasar una revisión, al igual que hacen los automóviles», asegura Juan José Omella, obispo de Logroño. «La meditación nos ayuda a reflexionar sobre nuestra labor pastoral», añade. Sus reflexiones, «que también se aplica a sí mismo, buscaban relacionar la vida de Jesucristo con la labor sacerdotal. En este tipo de gestos se demostraba su unión con los marginados. Se mostraba como compañero y en todo momento estaba predispuesto para ponerse al servicio de su entorno», afirma. Ciriaco Benavente, obispo de Albacete, también compartió el silencio de las comidas y las charlas con Francisco: «Rezumaba sencillez y naturalidad, no era una persona ficticia», sostiene. En los «apuntes» que les repartió el entonces purpurado, «se demostraba la gran preparación y profundidad religiosa del nuevo Papa. Escribe muy buena literatura. Tiene carácter poético», comenta.
La jornada en la residencia de los jesuitas comenzaba con una oración matutina antes del desayuno. Le seguía una primera meditación a las diez de la mañana y continuaban con un espacio de tiempo libre. Tras el encuentro de mediodía, el entonces cardenal ofrecía una charla por la tarde. El día terminaba con una Eucaristía. «No teníamos tiempo para hablar de nada. Durante las comidas sonaba un hilo musical para no distraernos de nuestras oraciones», explica el titular de la diócesis de Albacete. Los ejercicios de meditación tienen su origen en el fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola. «Se basan en los fundamentos de su vida y en uno de los principios del santo: la indiferencia. Es decir, no sentirse atado a nadie, contar con libertad interior», explica Benavente.
El arzobispo castrense Juan Del Río destacó su «gran serenidad, cercanía y calidez». Es un hombre propositivo, que está fuera de cualquier imposición. «El mismo hombre del altar puede pasear con el hombre, sin pose», dijo.
Jesús Sanz, obispo de Jaca-Huesca, también compartió las jornadas de ejercicios espirituales. Durante esos días, comprobó la calidad de sus «consejos religiosos y espirituales y, en general, su enseñanza, su postura con los enfermos, la de evangelización de los barrios y sobre la vida contemplativa. Su vida está llena de Dios y de la lectura de la Biblia».
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