Ana Botella
Un inmenso amor a la Iglesia
Escribo estas líneas bajo la fuerte impresión que a todos nos ha producido el anuncio del Papa Benedicto XVI de su próxima renuncia a la Silla de Pedro. Mis primeros pensamientos, después de conocer la noticia, han sido para desearle al Santo Padre una buena salud y para agradecerle su extraordinaria labor en estos fecundos años de su Papado. A todos nos ha conmovido que el propio Benedicto XVI haya puesto fecha de término a su Pontificado. Una renuncia que demuestra el inmenso amor a la Iglesia del Papa Benedicto XVI al asumir tan humanamente su falta de fuerzas y permitir que un sucesor pueda gobernar la nave de Pedro con mano más segura. Sin duda será difícil habituarnos a tener un nuevo Papa estando aún con vida su antecesor. Algo que no ven los siglos desde los tiempos del Cisma de Occidente, cuando Gregorio XII, Papa legítimo, renunció en 1415 a favor de una solución a la división del pontificado. En estos momentos no puedo dejar de pensar en su antecesor, el Venerable Juan Pablo II, y en su formidable ejemplo de sacrificio cuando, aun ya muy enfermo, seguía sosteniendo el báculo papal. Y al pensar en la decisión de Benedicto XVI no debemos olvidar el extraordinario derroche de fuerzas que hizo en los últimos años de vida de Juan Pablo II. Todos sabemos que Joseph Ratzinger fue el verdadero báculo sobre el que el inolvidable Karol Wojtyla se apoyó en la recta final. He tenido la extraordinaria oportunidad de conversar con Benedicto XVI cuando ha venido a Madrid de visita pastoral y siempre me han admirado la calidez y la sencillez de un hombre que al mismo tiempo es, seguramente, el más profundo intelectual que haya dado Europa en mucho tiempo. Por eso creo que su decisión está guiada también por su sabiduría y su hondura humanas. El Papa, cuya colosal talla humana y eclesial es reconocida por todos, creyentes y no creyentes, ha sido en estos ocho años de Pontificado la auténtica piedra clave de una Iglesia más confiada que nunca en la necesidad del mensaje de Jesús ante los tiempos que vivimos. Su huella en la vida de la Iglesia permanecerá para siempre.
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