Madrid
Osoro: «No me asusta un cónclave, pero necesitamos mucho al Papa»
Encuentro de LA RAZÓN con monseñor Carlos Osoro. A su llegada ayer a Madrid, el arzobispo celebró misa en una parroquia
A su llegada ayer a Madrid, el arzobispo celebró misa en una parroquia
Apenas pasan unos segundos del mediodía. Recibe una llamada en el aeropuerto de Santander. Regresa de una escapada de unas horas para estar con la familia. «¡Es una broma!», dice Carlos Osoro al otro lado del teléfono. No da credibilidad porque es una voz desconocida. Hasta que vuelve a sonar el móvil. Es Gabino Rodríguez Merchán, arzobispo emérito de Oviedo. Ahora sí. No era un bulo. «Ahí sí me puse nervioso». Tanto que al nuevo cardenal se le cae el café encima. A partir de ese momento no paró de recibir llamadas y mensajes que sólo detienen el modo avión y laEucaristía que celebró en la parroquia Santa María de Caná, en Pozuelo de Alarcón. Ni tan siquiera pudo comprobar si entre ellas se encontraba la de Francisco.
«Recibo esta designación con sorpresa, agradecimiento y deseo de hacer lo que significa ser cardenal: dar mi vida en plenitud al servicio de la Iglesia y del Santo Padre», asegura a LA RAZÓN, a la vez subraya cómo «es un gesto bellísimo que esto ocurra en la clausura del Año de la Misericordia, porque pone de relieve que es la viga con la que debemos construir la Iglesia».
Hay quien podría pensar que el de ayer fue un día ajetreado para el arzobispo de Madrid. En realidad, más allá de la noticia, no tuvo una agenda saturada, acostumbrado a estirar las horas robándolas del sueño de lunes a domingo. Así ha sido desde que hace dos años aterrizara en Madrid. No ha dicho «no» a (casi) nadie. Allá donde se le ha pedido presencia o consejo, allá se ha plantado. Para una procesión popular en Vallecas. Para una confirmación en un colegio de los marianistas. Para abrazar a los invisibles del padre Garralda en su casa de acogida. Para bendecir en un maratón a todas las familias que se acercan cada año a La Almudena. Para conocer a cada una de sus ovejas por su nombre.
«Ya sabéis que os insisto mucho en una idea: necesitamos hacernos tres trasplantes: de corazón, de ojos y de oídos», meditaba ayer ante la imagen de Nuestra Señora de la Consolación, patrona de Pozuelo. «Y para ello no hay que ir a ninguna clínica. Dios te cambia el corazón, te hace que no mires al otro malamente y que le escuches con atención».
El nuevo purpurado es consciente de que está llamado a un futurible cónclave, pero no le agobia: «No me asusta, pero ojalá me pase a mí algo antes que al Papa. Necesitamos mucho a Francisco». Lo cierto es que con el nombramiento de Osoro, Bergoglio subraya una vez más el perfil de «pastor con olor a oveja», que en su caso se traduce en su despacho en Bailén, abierto de sol a sol. Para ruegos, preguntas, quejas. Y su mesa de reuniones preparada para recibir lo mismo a una presidenta regional del PP que a una alcaldesa de Podemos, recuperando esa labor de mediación de la Iglesia en la Transición, como institución fiel a sus raíces, pero facilitadora de la cohesión social y política.
«Esta mañana me decía alguien en el aeropuerto: ‘‘Usted tiene enemigos’’. Y le contesté: ‘‘Puede ser, pero yo sólo veo hermanos en ellos’’», manifestó en la homilía al caer la tarde, consciente del desgaste personal y las críticas de algunos a su mano tendida a todos: «He empeñado mi vida en ver en el otro a un hermano. Cueste lo que cueste».
Ahora Francisco respalda una vez más este estilo «osorista» y le da autoridad como cardenal. Para apuntar el camino a la Iglesia española, el de los otros purpurados creados por él: Fernando Sebastián y Ricardo Blázquez. «Ser cardenal hoy supone más entrega, más servicio, más fidelidad y más encontrarme con la gente en las circunstancias que vive cada uno», reflexiona poco antes de presidir la misa en una explanada a rebosar. «Estoy a disposición del Papa para lo que me pida», apostilla cuando todavía no ha recibido la llamada directa de Francisco. Quizá le espere un mensaje en el contestador.
José Beltrán. Director de «Vida Nueva»