España
Jesuita, modernizador
La historia de la Iglesia está escrita, en no menor medida que tantas otras instituciones, a base de giros inesperados y de figuras a priori improbables que, pese a los pronósticos dominantes en uno u otro momento, le dieron vida renovada y la hicieron avanzar, reforzando así, a largo plazo, la estabilidad de una institución con más de dos mil años de existencia. El cónclave que eligió a un desconocido Roncalli pensando que sería un Papa de transición, el que se fijó en Wojtyla sin reparar en la revolución que éste traía consigo o incluso el que no imaginó el cambio de rumbo que con su renuncia terminaría imprimiendo Ratzinger propiciaron cambios de un alcance entonces insospechado. La elección en principio sorprendente de Jorge Mario Bergoglio para ocupar la silla de San Pedro como Francisco I puede marcar ahora un hito de similar trascendencia.
Para aquellos que hemos conocido muy de cerca esa escuela de rigor intelectual, de esfuerzo infatigable y de compromiso con quienes más sufren que representa la Compañía de Jesús, la noticia de que un hijo de San Ignacio de Loyola se pone a la cabeza de la Iglesia nos llena de alegría y de confianza. La magnitud de los retos que el nuevo Papa afronta es seguramente proporcional al sentido de la disciplina y la lealtad largamente acreditada por los jesuitas. En la actual tesitura, éste es un elemento que, sin duda, puede suponer cualquier cosa menos un obstáculo.
Que además sea iberoamericano incrementa si cabe aún más el perfil universal que en la era global, más que en ninguna, ha de tener quien asuma la responsabilidad de modernizar la Iglesia. Si algo significa la herencia cruzada y mestiza de ese singular ámbito cultural y espiritual que España contribuyó a forjar es precisamente la capacidad de humanizar y ajustar a la condición individual de cada hombre y cada mujer el proyecto de vida y de convivencia que debería ser la modernidad.
Para nuestro país es inequívoco motivo de orgullo que el Sumo Pontífice piense, hable y sienta en español. Y no hay hombre ni mujer de buena voluntad que no le desee a estas horas el mayor acierto y determinación en la difícil tarea de hacer triunfar, sobre todos los problemas y sinsentidos del mundo, un mensaje y una obra de justicia y de fraternidad.