Letras líquidas
Vox y el juego de las sillas
Ruido para (intentar) agitar voluntades en las urnas o, lo que es lo mismo, esfuerzo perdido en la gestión de lo común
A veces la vida se parece al juego de las sillas. La música se detiene y le coge a uno lento, despistado o lejos de los asientos vacíos, sin más, así que pierde la oportunidad de sentarse y queda descalificado, fuera de la partida. Si echamos la vista atrás y enfocamos la política española de los últimos años, comprobamos cómo las estrategias, las maniobras, las tácticas han sido convenientemente empleadas para recoger su correspondiente rédito electoral. Una sociedad entre enfadada por la resaca de la Gran Recesión e ilusionada con unos movimientos cívicos que derivaron en nuevos partidos, nuevos líderes y nuevos proyectos, se lanzó confiada a los brazos de quienes impulsaban esos ágiles giros de guion, bien medidos por teóricos y asesores, con la esperanza de que provocaran mejoras reales en sus vidas. Casi una década después de que despuntara aquel estilo de gestión, vistoso, resultón y efectista, la confianza en esos manejos se ha ido evaporando y los ciudadanos han aprendido a detectar golpes de efecto.
Ahora, en un escenario incierto de guerra e inflación y con la necesidad de propuestas concretas que desatasquen problemas, la moción de censura anunciada por Vox se antoja un reducto de ese pasado, de aquel tiempo en el que funcionaban los entretenimientos políticos. Los trucos de los prestidigitadores. Más de dos meses después del anuncio de la reprobación al Gobierno, tan dudosa de ser constructiva, como marca el artículo 113 de la Constitución, con el candidato Tamames ahora sí, ahora no y sin posibilidades ciertas de prosperar, la propuesta se añade al desgaste democrático en forma de mercadotecnia demoscópica. Ruido para (intentar) agitar voluntades en las urnas o, lo que es lo mismo, esfuerzo perdido en la gestión de lo común. Y la procrastinación para concretar la censura evidencia que Vox se ha quedado solo, anhelando que el ritmo no pare, pero sin darse cuenta de que ya no suena ninguna melodía. Como en el juego de las sillas.
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