Cargando...

Tribuna

¿Vida intelectual?

El ambiente cultural en provincias ha decaído claramente y en la capital los puestos de cierto interés cultural reflejan este escenario desvirtuado

Hay más actos culturales que nunca, pero el diseño de la sociedad no está pensado culturalmente. El problema del ocaso de lo intelectual, a la hora de impregnar lo social, es que la sociedad se vuelve más aburrida. Perdemos un componente esencial del placer. El amante de la cultura y del arte debería recuperar su espacio propio, porque de esta forma la sociedad es más dinámica y más rica. Sin embargo, se ha desplazado a este tipo de sujetos de su espacio cultural propio. Incluso parece haberse hecho a propósito, según testimonian no pocas publicaciones del ámbito de la cultura; el marxismo en toda esta discusión sigue bastante presente; se observan incluso contradicciones de bulto entre los contenidos de libros culturales y de los jurídicos. El lugar del amante del arte queda ocupado por «profesionales del arte o de la cultura» y así nos va; o bien lo pop invade todas las formas vivas de la cultura. Esta, pero también la sociedad misma, pierden de esta forma vitalidad e interés. El propio Estado debería de ser un sujeto más activo, procurando la mayor visualización social del arte y de la cultura en vez de entrometerse en cuestiones ideológicas. Es curioso, el exceso de intelectualidad pudo ser incluso un riesgo social (la estetización de la política está en el origen de las guerras) y, sin embargo, en el presente, lo intelectual ha caído de tal forma que ha pasado a ser aquello que Diógenes no encontraba buscándolo con una lámpara. Y la sociedad se ha convertido, pues, en un gran tedio.

Se dirá que uno, individualmente, podrá tener una intensa vida intelectual. Cierto, como sujeto receptor de cultura, cada uno en su casa, o visitando museos, puede llegar a desarrollarse en cierta medida de esta forma tan antigua como la cultura misma. Ahora bien, más allá, si se quiere llevar a cabo una función más genuina en este ámbito, el panorama hoy día no es muy halagüeño, pese a la masificación de actos culturales o de publicaciones de libros por doquier, o acaso por ello mismo. Hacer algo con sentido intelectual precisa un cierto eco o componente social: tiene sentido algo, en este ámbito, si se conoce socialmente; al menos un mínimo. Si, por ejemplo, se pinta un cuadro pero no se conoce por nadie, o si se publica un libro pero no se lee por nadie, la actividad intelectual desarrollada parece que pierde algo de sentido. Las editoriales con cierto impacto social se deben al autor conocido socialmente. Pero, si es conocido, hoy día, ello es porque es una persona que está en la política o en los medios, o en lo económico, o similar. En cambio, el escritor de perfil o carrera genuinamente intelectual no tendrá esa opción y su labor podrá estar condenada al absurdo. Hasta será rechazado en su propio espacio. En el fondo, el problema hunde sus raíces en el diseño social mismo y en cómo está configurado. El diseño social se define, en las sociedades del presente, por los valores de la mayoría. Mayoría que, lógicamente, no tiene, ni tiene por qué tener, preocupaciones principalmente intelectuales o incluso culturales. En las sociedades actuales prima, con sentido, lo económico, lo pop, los políticos como si fueran actores de película... (miren ustedes los gobiernos de EEUU) y, de hecho, los libros que llegan al público son de autores de este otro perfil. Aquellos otros, de inquietud genuinamente intelectual, quedan sin opciones, en su propio ámbito intelectual. Incluso el mundo del libro y de la cultura se ha masificado, proliferan presentaciones de libros, pero sirven realmente para poco o nada. En general, una cosa es que haya salas de concierto o exposiciones y otra que tengan sentido propio. Lo cultural está dominado por el gusto pop mayoritario o por profesionales de la cultura. Una solución sería abrir mayores vías de realización al principio constitucional del Estado de la Cultura tal como propugno en algunos libros en la materia. El ambiente cultural en provincias ha decaído claramente y en la capital los puestos de cierto interés cultural reflejan este escenario desvirtuado. Me surge la duda de si los escritores del pasado histórico hoy día podrían haber llegado a lo que llegaron en su momento. Es posible que se quedaran observando cómo el lugar que les correspondería está acaparado por otras personas de ese «otro tipo», famosos representantes de la sociedad pop y sus editoriales. Pero hasta los autores pop empiezan a sufrir el declive generalizado del libro y de lo intelectual. Y es que todo esto empieza a no interesar a nadie. Solo tiene sentido propio la política y sus querellas, lo económico y el famoseo. Incluso publicar un libro con cierto alcance intelectual es casi un imposible: las editoriales empiezan a precisar ayuda, lógicamente, ante el panorama existente, pero la Administración apoya económicamente solo mediante programas de investigación donde no encajan estos proyectos; mecenas no hay. En conclusión, el intelectual está desplazado de su espacio propio. ¿Nos queda solo, pues, en la cultura ese sujeto olvidado y perdido que vive la cultura en solitario, que mencionábamos al comienzo?