El desafío independentista
Un doce de octubre especial
Hemos sido testigos de una explosión de sentimientos –rayanos en la obstinada rabia– de un sector de la sociedad catalana envenenada durante decenios por una permisividad de los sucesivos gobiernos centrales que han preferido alimentar el separatismo con tal de debilitar al adversario político a su izquierda o derecha
Este será un 12 de Octubre especial, diferente de los precedentes. Si en anteriores conmemoraciones la atención se centraba nostálgicamente en las hazañas que nuestros antepasados realizaron, puede que ahora debamos mirar hacia qué puede ofrecer el futuro a una España unida y por lo tanto fuerte.
Hemos presenciado desde hace semanas un patético intento de desmembrar la unidad nacional lograda hace más de quinientos años. Hemos sido testigos de una explosión de sentimientos –rayanos en la obstinada rabia– de un sector de la sociedad catalana envenenada durante decenios por una permisividad de los sucesivos gobiernos centrales que han preferido alimentar el separatismo con tal de debilitar al adversario político a su izquierda o derecha. Pero todos tenemos sentimientos: los separatistas basados en una tergiversación de la Historia, el resto de los españoles en lo que nuestros padres nos contaron y nosotros hemos sido testigos.
Lo que está sucediendo en Cataluña a partir del 1 de Octubre no constituye sólo una amenaza para la unidad de España sino a la estabilidad de toda la Europa que basa su convivencia en la aceptación de las leyes y no en el dominio de la calle por turbas agitadas por los medios modernos de comunicación. Nuestro Gobierno tiene imperativamente que recuperar el relato comunicativo a nivel mundial. La situación europea tras el Brexit y la española actual tienen algo en común: o se profundiza en la unión o habrá que resignarse a su disolución. El statu quo no es una opción.
Por eso hoy debería ser el primer día del futuro y no uno más de la serie de reproches, cobardías y traiciones que hemos vivido hasta la fecha. Deberíamos empezar a pensar –ya– cómo queremos que sea esa España futura –habiendo aprendido de nuestros errores pasados– y qué lugar podría ocupar en Europa y en el mundo.
Para que el régimen autonómico con que inauguramos la democracia en 1978 continúe siendo viable debería mantenerse la capacidad de autoadministración de las Comunidades pero impidiendo que sigan enredando en el campo puramente político. Que el voto de todos los españoles tenga el mismo peso tendría que ser recogido por una ley electoral más justa que la actual y blindada a nivel constitucional. Ya se ha visto el chantaje que se produce cuando un partido de ámbito exclusivamente regional se convierte en árbitro de la política nacional. Los votos de los españoles debían valer lo mismo estén donde estén colocadas las urnas. También sería necesario aumentar la transparencia sobre la financiación de los partidos políticos para disminuir el riesgo de corrupción entre sus militantes realizando un ejercicio de sinceridad que alcance a permitir incluso las donaciones privadas siempre que se hagan con luz y taquígrafos.
Debían recogerse claramente en la Constitución los principios rectores para el reparto de los ingresos fiscales tanto para financiar las autonomías como para ayudar a las menos prosperas. Esto no sería más que extrapolar la aceptada justicia social actual a nivel de individuo a una cota colectiva de solidaridad entre regiones ricas y las menos favorecidas.
El tesoro cultural que para España es contar con tres lenguas propias debería mimarse pero siempre recordando que el castellano es la lengua común que impida que esto sea Babel. Pero sobre todo, el tener lengua propia no puede ser excusa para falsificar la historia común. Habría que recuperar el control central de los contenidos de la enseñanza de Historia y Geografía nacional para evitar que se convierta en arma política en manos de los enemigos de la unidad de España, como ha venido sucediendo hasta ahora.
Las metas que se presentan ante los españoles este próximo 12 de Octubre se resumen pues en conseguir más claridad en los deberes autonómicos mientras mantenemos la solidaridad y reforzamos la unidad. Vamos, como viene sucediendo en el seno de las familias. Pero lo que aglutina las familias es el amor y lo que hemos visto últimamente en Cataluña y no hace mucho tiempo en el País Vasco, va a hacer difícil recuperar el afecto y el respeto tradicional. Difícil, pero no imposible. Vale la pena volver a intentarlo. En cuanto a Europa, me parece que pese al prudente consejo de San Ignacio también tendremos que hacer mudanzas aun en estos tiempos de tribulación. Una España fuerte, junto a Francia e Italia podría equilibrar a una Alemania demasiado grande, poderosa económicamente y que viene mirando tradicionalmente hacia otro lado. Estos tres países mediterráneos, herederos sentimentales del Imperio Romano y su lengua podrían complementar la laboriosidad y disciplina teutónica –aunque un poco testaruda– para conseguir una Europa fuerte que pueda aspirar a ser dueña de su propio destino.
Europa se tiene que poner las pilas para poder contar en un mundo globalizado, con unos EEUU militarmente fuertes, pero endeudados, y en retirada por cansancio imperial; una China cada día más poderosa pero con una cultura que nos es extraña; una Rusia revanchista con armas nucleares, y un mundo islámico en llamas. Qué positivo sería para todos que España encontrara la fortaleza interna para poder contribuir a esta labor de conformar el mundo como en su día hicimos los europeos. Pero esta vez unidos y no enfrentados como sucedió con nuestros Imperios mundiales que no fueron tan malos como ahora nos quieren hacer creer. Hubo evidentemente explotación, pero también bastante pedagogía. Siempre hay que juzgar la Historia en contexto, y si los europeos hicimos hace siglos cosas negativas, ahora tenemos una segunda oportunidad de aportar algo más positivo. Pero unidos y liderados por las cuatro Naciones mencionadas. Por todo esto este 12 de Octubre debería ser el primer día para una España que profundice en su unidad y encuentre una misión internacional y transcendente como pasó a partir de aquella noche que Rodrigo de Triana gritó «¡Tierra!» desde la cofa de la Pinta y se nos regaló un Continente quizás como premio a nuestra recientemente conseguida unidad política.
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