Ángel Tafalla
Las joyas de la corona
Tantas cosas se han hecho en el nombre de España –algunas malas, la mayoría admirables– que es como si fuera una piedra preciosa de muchas facetas. Su fulgor depende de la luz con que la contemplemos
A veces imagino el concepto de nuestra Patria –de España– como el de un diamante, tan valioso que algunos malos orfebres quisieran dividirlo, aunque sólo sea para quedarse con uno de los pequeños brillantes resultantes. Porque el diamante tiene muchas caras, pero su valor como joya –como nación– reside en no romperlo. El valor de la suma de 17 brillantes de un quilate es mucho menor que el de un solo diamante de 17 quilates. Son muy duros, pero a la vez también frágiles ante los malos talladores. Tantas cosas se han hecho en el nombre de España –algunas malas, la mayoría admirables– que es como si fuera una piedra preciosa de muchas facetas. Su fulgor depende de la luz con que la contemplemos.
Amar a España es sobre todo amar su unidad en la diversidad de sus regiones. Defenderla con las armas, un privilegio y una responsabilidad de los militares ante nuestro pueblo y también ante nuestros antepasados. El concepto de España no es sólo una idea contemporánea, sino una creencia por la cual muchos de nuestros predecesores han dado su vida. Nuestra Constitución ha recogido esta convicción, que la antecede. España viene de lejos y ojalá que el resultado de las próximas elecciones traiga consigo una ampliación de horizontes y no más división y discordia. Nuestros padres no nos lo perdonarían y quizás nuestros hijos, tampoco.
Pero no es el diamante español el único que está actualmente en peligro. Por ejemplo, Reino Unido aborda también en este mes de junio un atolondrado referéndum sobre su permanencia en la UE que contrapone un nostálgico concepto de lo británico a las ventajas económicas y estratégicas de la Unión. Como en el caso de los separatistas catalanes, aquí se opone ideológicamente un imaginado pasado –que Reino Unido está aislado de lo que suceda en Europa– a unas más que probables oportunidades futuras. Al parecer, algunos todavía creen que el concepto de soberanía continúa siendo absoluto y no mediatizado por todos estos tratados internacionales que el actual mundo globalizado necesita para prosperar. Pero la hipotética salida del Reino Unido de la UE no sólo significaría un retroceso económico y una pérdida de influencia internacional para ellos; también para el resto de los europeos por el peso del diamante británico en la corona común.
También pronto –en julio– celebrará la OTAN una cumbre en Varsovia en la que tratará de actualizar el pacto entre europeos y americanos que esta organización representa. Dos visiones diferentes de los riesgos que amenazan a Europa estarán presentes: los que trae consigo una Rusia intentando recuperar un colchón que la aísle de los imaginarios peligros que proceden del oeste continental y los que representa un islamismo salafista, ante los que nos mostramos más sensibles las naciones mediterráneas. En esta cumbre estarán presentes multitud de incertidumbres: ¿lograrán los aliados combinar estas dos visiones de amenaza en un único concepto estratégico? La Administración Obama, a unos pocos meses de finalizar, ¿podrá compaginar su visión de prioridad del Pacífico con su esencial aportación a la seguridad europea? Este hipotético concepto estratégico ¿será mantenido por el sucesor de Obama? ¿Invertiremos los europeos lo suficiente en nuestra propia seguridad? En Varsovia veremos si el diamante aliado sigue unido –manteniendo americanos y europeos una común concepción del mundo y su seguridad–, o bien se divide en varios pequeños brillantes de menor valor.
Y, por último, para repasar las joyas que pasarán un examen inmediato en el gran taller internacional, hay que mencionar las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre, a las que previsiblemente se presentarán la Sra. Clinton y el Sr. Trump. Este último pintoresco candidato representa una incertidumbre en el papel de liderazgo que EEUU ha venido desempeñando desde el final de la 2ª Guerra Mundial al proponer un repliegue de la nación creadora de la globalización.
Estos cuatro diamantes sucintamente identificados forman la magnífica corona que como españoles, europeos y occidentales disfrutamos actualmente. Por las causas también mencionadas vertiginosamente, todos están amenazados de ruptura en los próximos meses. En el taller del joyero internacional, si esta corona se fracciona nadie puede imaginar que el resultado sea bueno para cualquiera de nosotros. Los pequeños brillantes de la división quizás muestren un fulgor momentáneo que pronto será eclipsado por otro liderazgo foráneo, pues la geopolítica no admite vacíos. Aunque nos parezca ahora imposible, rusos, chinos o islamistas salafistas triunfarían y entonces nosotros sí que íbamos a sufrir de verdad. La Historia demuestra que los imperios caen; que no siempre Roma es sustituida por algo mejor.
Todas estas crisis tienen un factor común: la pérdida de confianza en nuestros líderes políticos. Constituye, pues, un grave problema del sistema democrático a través del cual elegimos a nuestros representantes. Hace ya bastante tiempo, un juez norteamericano llamado Learned Hand dijo que la libertad reside en nuestros corazones; cuando desaparece de ellos, ninguna constitución, ley o tribunal nos la devolverá. Si pensamos que amor a la libertad es sinónimo de apoyo al sistema democrático, creo que estaremos de acuerdo en lo aplicable de esta frase a los tiempos actuales. Todas las alternativas a la democracia son peores, así que tendríamos que rezar –al menos los que sean creyentes– para que los líderes adecuados a los desafíos a los que nos enfrentamos sean los seleccionados.
Debemos ser conscientes del valor de nuestra civilización occidental, cristiana en su ética, griega en su estética y romana en sus leyes –es decir, de nuestros diamantes– y no permitir que se fraccionen, que alguien los rompa, pues todos perderíamos.
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