Restringido

La seguridad del vuelo

Hace ya más tiempo que el que me gustaría recordar ejercí de controlador de aviación desde tierra y embarcado. Tuve el privilegio de controlar aviones franceses y españoles, de nuestro Ejército del Aire y de la Armada.

La Razón
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La labor de los controladores de interceptación era –y es– detectar los aviones desconocidos y dirigir la caza propia hacia una posición relativa donde pudieran identificarlos y, si se confirmaba su identidad y malas intenciones, derribarlos. Labor continua pues, de 24 horas al día. La diferencia para un piloto entre ir controlado o navegar por su cuenta y riesgo es como del día a la noche.

Este oficio de controlador –para mí lo fue a tiempo parcial– exigía conocer bien a los pilotos, saber cómo piensan y probablemente van a reaccionar ante un imprevisto o una emergencia de las que solían surgir de vez en cuando. También requería mirar la pantalla del radar con profunda atención, realmente concentrado. Desde entonces comprendo bien la diferencia entre mirar y ver. Ah, y me olvidaba, hablar siempre con voz tranquila, pues bastante tensión había siempre en el ambiente.

Pues bien, en aquellos felices tiempos llenos de adrenalina y juventud aprendí una lección de esas que no se olvidan y que me gustaría compartir con Uds. ahora y aquí: cuando un piloto teme seriamente por su seguridad –y la de su aeronave– no se le debe asignar ninguna nueva misión táctica. Esto quizás pueda deberse a que el cerebro humano esta jerarquizado y el instinto de supervivencia es el más fuerte de todos. Cuando nuestro cerebro reconoce un peligro vital súbito, toda su capacidad se concentra en asegurar que podamos sobrevivir.

Desearía no ser mal entendido: el piloto experimentado sabe que volar entraña un riesgo innato, lo acepta y se concentra en su misión. Ése es el verdadero valor, que no debe confundirse con la temeridad propia de un estado de exaltación. Todos los pilotos que yo he conocido eran valientes, pero no temerarios. Así están formados y así deben volar. Dominando a su máquina, no permitiendo que ella decida por su cuenta.

Cuando surge algo grave e insospechado, el instinto de supervivencia toma el mando sobre el anterior discurrir de la misión. Razonar creativamente estando bajo riesgo vital es extremadamente difícil; se puede arremeter irreflexivamente, pero pensar en estas situaciones no es nada fácil.

Creo que con lo de nuestra Cataluña nos está pasando a los españoles algo parecido: que no podemos dejar de pensar en ello; que la supervivencia de nuestro ser nacional colectivo está claramente en riesgo. Que nos obsesiona.

La independencia de Cataluña es un eufemismo para no mencionar lo que de verdad representaría: la disolución de España. Porque, quién puede dudar de que las enormes dificultades económicas que traería consigo el salir de la Unión Europea y del euro llevarían, a los por otra parte exultantes nacionalistas catalanes, a reclamar a continuación Valencia, las Baleares y quizás partes de Aragón como mínimo.

Ante un más que probable panorama económico desolador, los separatistas catalanes en el poder harían lo único que saben hacer: continuar revindicando, culpar a Madrid y prometer paraísos futuros tras el siguiente paso. Así habrían hipotéticamente llegado a triunfar y seguirían haciendo lo mismo para sobrevivir. Y ¿cuánto esperarían los nacionalistas vascos –hoy claramente expectantes para ver cómo acaba todo esto de Cataluña– en reclamar lo «suyo», con Navarra de propina? Luego no estamos solo ante una hipotética independencia de Cataluña sino ante la destrucción de la nación más antigua de Europa –la nuestra–: quinientos años emprendiendo hazañas juntos y soportándonos mutuamente. Me siento como un piloto que pierde un motor y tiene graves problemas eléctricos e hidráulicos. Que sólo puede pensar en salvar su aeronave. Mi aeronave se llama España. Me gustaría poder reflexionar sobre lo que está pasando en Siria, donde los occidentales debimos haber actuado hace cuatro años cuando las cosas eran más sencillas, cuando los papeles de bueno y malo estaban claramente repartidos. Me gustaría especular sobre las intenciones del presidente Putin, que está desplegando tropas en Siria ante las indefiniciones de la Administración Obama, que no logra definir quién es el enemigo. ¿Trata Putin de hacerse perdonar lo de Ucrania? Me gustaría hablar de chiís y sunitas, del incipiente liderazgo de Irán y Arabia Saudí, de las intenciones muy probablemente arteras del presidente Erdogan. Me gustaría reflexionar sobre si la única solución para Siria –tras tanta sangre derramada– sería dividirla en tres pedazos, con tres patronos diferentes.

Me gustaría, pero no puedo.

Sólo puedo pensar en la supervivencia de nuestra patria, en la seguridad de su vuelo a través de la historia. La semana próxima seguro que estamos todos más tranquilos, que nuestro avión ha logrado tomar tierra en la Europa de todos, la que trata de unificarse, no de dividirse, y podemos empezar a pensar en las amenazas de fuera, las que a todos atañen.