Ejército de Tierra
La «general»
El pasado lunes 20, S.M. El Rey presidía los actos conmemorativos del 90 aniversario (1927-2017) de la implantación en Zaragoza de la Academia General Militar y los 75 años (1942-2017) de su llamada «tercera época», la posterior a nuestra Guerra Civil.
No cabe en esta tribuna referir el largo trecho recorrido en la necesaria formación de los mandos del Ejército con alternativas, según el momento, entre la formación de cuerpos facultativos, que exigían conocimientos muy específicos y criterios de formación mas generalista. De ahí el nombre de Academia General. Súmese a ello los vaivenes de nuestra política y comprenderán lo difícil que es poder celebrar estos aniversarios. ¡Felicidades!.
Ya en nuestro Flandes se abrió un primer Colegio Militar en 1674. Luego, encontramos un Real y Militar Colegio de Matemáticas de Barcelona (1715), que hoy reactivan un grupo de entusiastas catalanes, que proporcionó brillantes ingenieros tanto en España como en nuestra América. En 1766 se creaba un prestigioso Real Colegio de Artillería en Segovia, que aún continúa, y una Academia de Ingenieros en Alcalá de Henares (1803). La Guerra de Independencia obligó a crear otro Colegio General en la Isla de León que disolvería Fernando VII. Con Isabel II se reactivó un «Colegio Unificado» (1843) en el Alcázar de Toledo disuelto posteriormente. Durante la Restauración, Alfonso XII, formado en el Colegio Militar de Sandhurst (Inglaterra), impulsó la creación de la que sería nueva Academia General en el mismo Alcázar toledano en 1875. Miguel Primo de Rivera la concentró finalmente en Zaragoza en 1927, nombrando primer director al entonces general de brigada Francisco Franco. Suprimida otra vez en tiempos de la II República, se recuperó definitivamente en 1942 hasta nuestros días.
Por supuesto, diferentes planes de formación y de estudios a lo largo de los años. Pero manteniendo un mismo espíritu presidido por la sobriedad –casi espartana–, el espíritu de servicio, el compañerismo, el esfuerzo, el sacrificio, el honor, adosados siempre a una misma ley de oro: el carácter vocacional de sus componentes. Por supuesto, han influido en estos diferentes planes no sólo conmociones internas, sino doctrinas en boga en el extranjero, frutos de experiencias, revoluciones, derrotas y victorias. Gaston Bouthoul y su polemología pusieron en duda una de las máximas que presiden la Academia: «Si vis pacem, para bellum» (Si quieres la paz, prepara la guerra), sustituyéndola por estudios sociológicos que intentaban para evitarlo «conocer el fenómeno guerra», es decir sus raíces. Más que sustitución, es complemento, en mi opinión. También Charles Moskos analizó la diferencia entre el carácter vocacional de las gentes de armas con su carácter ocupacional, no sé si con la reiteradísima intención de «desmilitarizar» lo que –repito– forma la esencia de la milicia: la vocación.
En España, la última polémica surgió a raíz de la creación de un Centro Universitario de la Defensa, adscribiendo, en este caso concreto, la Academia a la Universidad de Zaragoza( Segundo Gobierno Zapatero,2010). Se integraban los estudios específicamente militares con otros para obtener el título de Ingeniero de Organización Industrial en paralelo al de Teniente. No entraré hoy en decisiones tomadas desde el Ministerio de Defensa, teñidas, según unos, de interés por «civilizarnos», según otros, para adaptarnos necesariamente a normativas europeas –Bolonia– y por experiencias ya adoptadas por otras escuelas europeas y americanas.
Hoy es tiempo de celebraciones, no de debates. Soy consciente de que cada cambio genera controversias. Por la Academia General, que forma a 1.072 alumnos del Ejército, de los Cuerpos Comunes y de la Guardia Civil , han pasado desde 1942 algo más de 23.000 alumnos, entre ellos los reyes Juan Carlos I (1955-1957) y Felipe VI (1989). Imagino está preparada para recibir a la Princesa de Asturias. No lo tendrá difícil porque la presencia de la mujer en la Academia es un hecho.
Cuando su actual director, el general Luis Lancharesn, señala como prioritarios el «consolidar su espíritu militar» y su «formación moral» sólo señala el buen camino en el que prevalece como materia prima el fuerte carácter vocacional de los alumnos. Ya dieron los oficiales formados en planes anteriores un magnífico rendimiento en todo tipo de misiones –Africa, Centroamérica, Bosnia, Kurdistán, Líbano, Irak, Afganistán– y lo darán ahora. No es necesario hacer valer que uno de cada cuatro alumnos causa baja durante el primer año. La Escuela de Estado Mayor ya utilizó en tiempos pasados este sistema de purgas para intentar ganar prestigio y fracasó.
Un coronel de Caballería, actualmente notario, es decir que conoce lo que es la Universidad, visitó recientemente la Academia con su XV Promoción (1955-1960). Y resumió en pocas palabras su percepción del modelo: «Reconozcamos el extraordinario mérito de los docentes militares para formar a los futuros oficiales en estos valores –se refería a compañerismo, lealtad, ejemplaridad, valor, honor– fundamentales en la profesión militar y hacerlo....(sic) en el marco de una norma tan desafortunada».
Pero vuelvo al comienzo: ¡felicidades, mi querida Academia General Militar de Zaragoza!