Nigeria
El «islamismo negro» amenaza con desestabilizar Nigeria
La pomposamente anunciada «ofensiva total contra el terrorismo» del Gobierno nigeriano no parece muy victoriosa que digamos. El noreste musulmán de la que se considera primera potencia africana, huérfano de petróleo, está siendo asolado por la guerrilla islámica de Boko Haram, que –y es muy representativo de su incorporación a la red de Al Qaeda– ya emplea tácticas de terror urbano en la propia capital económica del país, Abuya, donde acaban de volar con coches bomba una estación de autobuses. Más de 70 muertos y dos centenares de heridos, lo que no parecerá mucho a quienes conozcan el auténtico hormiguero humano que son los centros nodales de transporte africanos. Pero el núcleo de la batalla está en ese noreste, en los estados de Borno, Yobe y Adamewa, fronterizos con Chad, Níger y Camerún, semidespoblados, y olvidados de la mano del Gobierno central. Desde el domingo de Ramos y hasta ayer mismo, más de doscientas personas han muerto en ataques de Boko Haram y 85 niñas, todas alumnas de un colegio de Chibok, permanecen secuestradas. Otras 40 han conseguido escapar de sus captores, a los que persiguen inútilmente varias columnas del Ejército. Tan inútilmente, que los familiares de las jóvenes han puesto dinero de su bolsillo para alquilar vehículos, comprar gasolina y comida con la intención de buscarlas con sus propios medios. La guerra es, por supuesto, sin cuartel, guerra a la africana de matanzas sin cuento. En Anchaka, una localidad cercana a la frontera con Chad, de donde proviene la mayor parte del contrabando de armas –¡esas fábricas de fusiles AK norcoreanas y chinas que trabajan a destajo!– la última incursión de los islamistas dejó 60 muertos por el sencillo procedimiento de incendiar las viviendas y acabar a tiros con los que huían de las llamas. Pero el Ejército no se queda atrás. Fiel a su fama de brutal e incompetente, a finales de marzo sus soldados ejecutaron en los alrededores de Maidiguri a unos centenares de presos fugados tras el asalto islamista a la prisión y los cuarteles de Giwa. No aprenden. En 2009, delante de las cámaras de televisión, también en Maidiguri, asesinaron a un centenar de miembros de la secta integrista, que habían sido capturados. Con una frialdad impresionante, les obligaron a tenderse boca abajo en plena calle y les ametrallaron. Antes, habían matado a palos al fundador de Boko Haram, Ben Yussuf, un asesino iluminado que no sólo creía que la enseñanza occidental es un pecado grave –eso significa en lengua hausa, muy sintética, «Boko Haram»–, sino que predicaba que la tierra no era redonda y la lluvia no se producía por un proceso previo de evaporación. Durante un par de años, hasta 2011, parecía que la secta islamista había perecido con su jefe, pero en ese tiempo se reorganizó, ya en contacto con Al Qaeda, y bajo la dirección de un tal Abubakar Sheku, se han convertido en una amenaza mayor para la estabilidad de la zona. No es un riesgo menor el espectro de una implosión de Nigeria, cuyos efectos pueden ser demoledores en todo el África Occidental. De ahí la urgencia de que la UE consiga pacificar la República Centroafricana, donde ahora son los musulmanes los perseguidos, y establecer bases permanentes a pie de obra. Porque, desde luego, Nigeria, tan orgullosa, no piensa pedir ayuda.
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