Historia
El descubrimiento de España
Se van a cumplir 524 años desde que una armada, al mando del Almirante Cristóbal Colón, avistaba por primera vez tierras americanas. No iban buscando América –pues no había constancia de su existencia– sino el llegar a China, a las Indias, navegando hacia Occidente. Intentaban, pues, encontrar una alternativa a los avances de los portugueses rodeando África y a las rutas terrestres asiáticas de la seda, dominadas por nuestro enemigo de aquella época –y de la fe– el Imperio Otomano. Sin embargo, parece evidente que Colon había calculado mal –a la baja– las dimensiones de la esfera terrestre. Transcurrieron algunos años –unos 21– hasta que Vasco Núñez de Balboa descubrió el Pacifico y se comprendió que se había tropezado con esa inmensa tierra, con un Nuevo Mundo, al que posteriormente bautizamos como América y que cambió para siempre el destino de España y los españoles. No comprendimos hasta después que para llegar a Oriente había que atravesar primero América. Que América era en sí misma una empresa tan grande o más como alcanzar las Indias orientales.
Algunos catalanes tienen todavía que comprender que para alcanzar Europa tienen que descubrir primero España. Y conquistarla –con cariño y dedicación– pues ya van siendo muchos años de insultarla diciendo que les roba y alterando desvergonzadamente la historia común. Aquí, si alguien ha robado a los catalanes ha sido el Sr. Pujol y su partido –el del 3%– que hasta de nombre ha tenido que cambiar tratando de que se olviden sus fechorías.
Me entregaron el despacho de Oficial de la Armada en Barcelona hace 50 años. No era ciertamente la ciudad de la Sra. Colau, sino más bien otra muy diferente y amable. Algunos años después, mandé la Fragata «Cataluña». En la cámara del Comandante había una metopa de bronce que decía: «Sempre, sempre, mar overt». Siempre, siempre mar abierto. Buen lema para algunos catalanes actuales.
Ya de almirante he presidido la delegación de la Armada en varios salones náuticos en esa capital marítima de España que es Barcelona. Por cierto, qué bien nos trataban esos altos burgueses que hoy callan por cobardía.
Y me encanta escuchar –naturalmente también en la intimidad– habaneras en catalán. Hay una cuya letra dice «¡Visca Catalunya! ¡Visca el Catalá!». Cuando mandaba mi fragata también nos esforzábamos para que nos alabaran con un «¡Viva la Cataluña!» procurando hacerlo todo bien como imagino pasaba con el vapor «Catalá» –«Monserrat» era su verdadero nombre– cuando burlaba el bloqueo norteamericano de Cuba.
Hemos empezado estas líneas comentando el cálculo original de las dimensiones de la Tierra. Las dudas se disiparon definitivamente cuando dieciocho españoles, al mando de aquel buen vasco que se llamaba Juan Sebastián de Elcano, tocó tierra en Sanlúcar de Barrameda tras tres años rodeando el mundo. La Armada ha bautizado con su nombre a nuestro buque escuela actual, un venerable bergantín que lleva con nosotros casi 90 años. Cuántos vascos admirables hemos tenido en la Armada. Temibles combatientes y avezados navegantes que han contribuido a la grandeza de España. Si me perdonan poner un ejemplo personal, mi primer buque tras salir de la Escuela Naval Militar fue el Destructor «Oquendo»; el segundo la Fragata «Legazpi»; el tercero el «Blas de Lezo». Tres buques –seguidos para mí– que adornaban su popa con el nombre de marinos vascos ilustres. Qué orgullosos estábamos la primera dotación de que este último Destructor llevara el nombre del Teniente General de la Armada D. Blas de Lezo y Olavarrieta, un héroe de los que le gustaría tener en su escalafón a cualquier marina de guerra. Si no, que se lo pregunten a los británicos.
Algunos catalanes y vascos, mal conducidos por unos políticos embusteros locales, tratan de separase del resto de los españoles. No todos, gracias a Dios, pero hay bastantes que han sido envenenados sectariamente por esa enseñanza que se ha delegado suicidamente en las autonomías durante tanto años. Pero lo que es increíble es que crean –o finjan creer– que podrán alcanzar las costas del paraíso europeo –de la UE– sin pasar antes por el continente español. No lo logró Colón, ni tampoco Elcano, con las ansiadas Indias orientales; tuvieron que pasar antes por América. No lo lograrán ellos por más que mientan. Catalanes y vascos –los descarriados naturalmente– deben comprender que a Europa se llega por España. Que tras tantos años recientes de mentiras, insultos y trasgresiones deben tratar de conquistarnos a nosotros, el resto de los españoles, con cariño y respeto a nuestra historia común. Que tienen que volver a descubrir a España. La España real, la eterna, la que cambió el mundo persiguiendo un ideal. Nuestra Patria que es la suya.
En Barcelona –donde empiezan las Ramblas–, no sé si el dedo de la estatua de Colón señala hacia las Indias orientales a donde quería llegar o hacia la América a donde llegó. A lo mejor apunta también hacia el corazón de España indicando al buen pueblo catalán por donde tendría que navegar para volver a descubrirnos. Para recuperar el afecto mutuo.
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