OTAN

Deseos y obligaciones

Los occidentales tenemos urgentemente que actualizar los deseos y las obligaciones que nos han mantenido unidos durante 67 largos años. El mundo ha variado mucho durante este periodo

La Razón
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Hace ya cierto tiempo leí en algún sitio que un Tratado internacional es un deseo convertido en obligación. Como con cualquier contrato –imagino– una parte quiere algo y está dispuesta a pagar un justiprecio para conseguirlo. En 1949 se firmó un Tratado en Washington con unas naciones europeas que deseaban ser defendidas por los EEUU de una expansión soviética que se auguraba peor que la peor pesadilla nazi para evitar la cual se había destrozado Europa –y parte de nuestra civilización– durante seis largos años de Guerra Mundial.

Que paradoja hubiera sido para los europeos caer bajo el poder comunista como premio por haber evitado hacerlo bajo el dominio nazi. Por eso nació la OTAN, por eso se firmó el Tratado de Washington y se estuvo conforme con pagar el precio del sometimiento de la política de seguridad europea al liderazgo americano, manteniendo en vigor, desde entonces, un «contrato» a satisfacción de las dos partes. Por eso y porque como siempre, no había una única voz que hablara políticamente por Europa.

Pero en 1989 cae el Muro de Berlín y dos años después se evapora la Unión Soviética. La falacia de la igualdad (forzada) entre los hombres es sustituida en todo el continente europeo por el paradigma de la libertad –a veces más dura– pero intrínsecamente unida a la prosperidad y progreso de la humanidad.

Las naciones europeas de la OTAN pierden la urgencia en ser protegidas pero acostumbradas tras largos años a ir a remolque de los americanos y no invertir lo suficiente –moral, humana y económicamente– en su defensa, mantienen su adhesión a Washington tratando de hacerse útiles al ayudar al hegemon en conservar el orden mundial. El «contrato» empieza a debilitarse pese al limitado –pero nada fácil– éxito en estabilizar los Balcanes tras la disolución de Yugoslavia.

De repente un día, súbitamente, descubrimos que el Presidente Putin piensa que el colapso de la Unión Soviética no ha sido sinónimo de una derrota de su Patria. Que los rusos siguen invictos, que solo han cambiado de sistema político básicamente porque lo han querido ellos. Pero cuando OTAN y UE continúan expandiéndose hacia el Este sin ofrecerles entrar, lo consideran una agresión que ninguna asociación preferencial puede aliviar. Y vuelven a surgir los problemas de seguridad clásicos en Europa que obligan a releer el Tratado de Washington empezando por su artículo 5: algo así como uno para todos, todos para uno, según la inmortal máxima de los tres/cuatro mosqueteros. Dejo a la agudeza del lector determinar quién es el uno –el D´Artagnan– en esta Alianza. Este artículo es el que últimamente, el candidato republicano a la Presidencia norteamericana el Sr Trump, está interpretando de manera todavía aún más creativa y peligrosa.

Articulo 5 redactado para evitar una agresión de Stalin pero no la de Putin, que ha aprendido los trucos de la globalización y no va a invadir Europa a los sones de la Internacional sino más bien alegando «liberar» minorías filo rusas y conservadoras, manipulando la ciberesfera y negando que sean sus soldados los que disparan. Al menos al principio.

Por otro lado el cheque en blanco dado a los norteamericanos en el mundo islámico no ha resultado muy bien invertido. La situación en Irak, Afganistán, Siria y Libia –entre otros países– no va bien pese al apoyo de las naciones europeas de la OTAN. Esta amenaza islamista en su forma más convencional está ya tocando Turquía y presente a la vez en el seno mismo de Europa a través de una emigración masiva incontrolada y un terrorismo doméstico. Esta ayuda europea a los americanos no se materializa a través de la OTAN, ni como organización, ni usando su estructura de mando –salvo parcialmente en Afganistán– sino que la prestan las naciones que componen la Alianza de manera individual y encuadradas en coaliciones organizadas ad hoc para la ocasión. La OTAN es una organización política que controla una estructura militar permanente para mandar las fuerzas que las naciones puedan asignarles. En casi ningún teatro de operaciones en los que se viene combatiendo al enemigo islamista esta alianza ha sido utilizada. Los EEUU tienen una falta de fe en la OTAN en lo que se refiere a luchar contra la amenaza islamista radical. Desde luego no hubo ni tan siquiera intento de estudiar las posibilidades de la Primavera árabe antes de que el vacío que creó fuera rellenado por Al Qaeda y el Daesh.

Estos distintos tratamientos de la amenaza rusa y de la islamista se pueden comprobar repasando el reciente comunicado emitido tras la cumbre OTAN de Varsovia: ante las amenazas de Putin, se refuerza el despliegue militar preventivo en las naciones de Centroeuropa. Pero en este texto únicamente encontraremos alabanzas por la contribución individual de las naciones europeas a la coalición contra el Daesh.

Por todo lo anterior no solo es el Sr. Trump el único que dice barbaridades cuando menciona la OTAN, sino que más bien todos los gobiernos norteamericanos y europeos deberían urgentemente repasar que desean y que precio están dispuestos a pagar para actualizar ese contrato que venimos llamando Tratado de Washington, que tan útil nos ha sido en tiempos pasados de necesidad. Confiemos que España tenga pronto un gobierno duradero y que nuestra clase política pueda dedicarse a estas cosas en lugar de los pueriles –pero extenuantes– habituales juegos de pequeñez pueblerina. Los occidentales tenemos urgentemente que actualizar los deseos y las obligaciones que nos han mantenido unidos durante 67 largos años. El mundo ha variado mucho durante este periodo. Solo hay que dejar de mirar hacia dentro y asomarse a la ventana internacional para comprobarlo.