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Historia

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Carta de Elcano

Se acerca el 500 aniversario del inicio de la primera vuelta al mundo, heroica empresa que la Armada española intenta rememorar. Aún hay tiempo para reivindicar aquello que nunca se debió olvidar. Nos ayudará para navegar por lo desconocido

La Razón La Razón

Yo, Juan Sebastián de Elcano, vecino de Guetaria, villa marinera de Guipúzcoa, piloto y posteriormente capitán al servicio de SM nuestro Rey Emperador Carlos V, tras haber finalizado junto a otros 17 marinos a mis órdenes la primera vuelta al mundo, desearía compartir con Uds. alguno de aquellos hechos y pensamientos. Como ya van transcurridos casi cinco siglos desde que estoy en presencia del Supremo Navegante nuestro Señor, utilizaré las palabras de un marino contemporáneo suyo –abajo firmante– con dicha finalidad.

A finales del verano de 1519 salimos con cinco naves –éramos inicialmente 239 hombres– de Sanlúcar, tratando de encontrar un camino diferente al de los portugueses para llegar a las Indias orientales, a las islas de la especiería, es decir a las Molucas. Al frente de nuestra expedición iba un marino portugués llamado Fernando de Magallanes. Esto era entonces bastante corriente pues el Imperio español abarcaba lo que Uds. empezaron a denominar naciones muchos años después. En la Europa del siglo XV el sentimiento de pertenencia a una nación no existía. Eran los vínculos personales los que podían unir a los individuos con su señor, ya fuera de su mismo país o de otro. De hecho, de los 18 que sobrevivimos a nuestro viaje solo 11 éramos españoles. Otro ejemplo: Cristóbal Colón –que 27 años antes había descubierto América– había nacido en lo que ahora se denomina Italia. Nuestro Imperio se parecía en esto a su OTAN, pero de aquella éramos los españoles los que desempeñábamos el papel de liderazgo actual de los norteamericanos.

Casi todos los navegantes instruidos de mi tiempo sospechábamos que la tierra era esférica. Colón intentó llegar a las Indias orientales en la dirección opuesta –navegando hacia Occidente– a la que se venía utilizando para comerciar con ellos por vía terrestre, la denominada Ruta de la Seda. Lo que no alcanzaban los conocimientos científicos de la época es a determinar las dimensiones de la Tierra. Nuestra expedición tardó unos cuatro meses en cruzar el Pacífico y posteriormente –ya bajo mi mando– otros cuatro en atravesar el océano que Uds. llaman Índico. Tampoco se conocían los vientos predominantes en estos dos inmensos océanos. Es decir, ni sabíamos la distancia a recorrer ni la velocidad a la que lo íbamos a intentar. Por lo tanto, el tiempo a emplear era una incógnita de vida o muerte por el asunto de los víveres y agua dulce a embarcar. Esta incertidumbre unida a los terrores a lo desconocido de la marinería que era consciente de que nadie antes había tratado de comprobar la teoría de la esfericidad terrestre representaba una dura servidumbre conforme los largos días iban transcurriendo sin avistar tierra.

Volvamos hacia atrás, a octubre de 1520 – tras un año de navegación–, llegamos a la embocadura del paso que andábamos buscando. No fue nada fácil explorar el llamado Estrecho de Magallanes –nombrado así en honor al jefe de la expedición– como demuestra el hecho de que tardamos unos dos meses y perdimos, entre rocas y traiciones, una nave en el empeño. Otra había naufragado unos meses antes en la costa argentina.

Pero al final logramos salir al Mar del Sur –al ahora bautizado Pacífico– por este difícil paso que si bien evitaba el Cabo de Hornos, era tan arriesgado que los españoles durante cientos de años preferimos conectar las Filipinas con España a través de Méjico –de Acapulco a Veracruz– antes que utilizar el remoto Estrecho de Magallanes.

En Cebú, Filipinas, en la isla de Mactan, el 27 de abril de 1521, a casi dos años de habernos hecho a la vela en Sanlúcar, el entrar en una disputa entre indígenas, costó la vida a Fernando de Magallanes. Tras un pequeño intervalo y la perdida de la tercera nave, fui elegido sucesor de Magallanes. Todavía quedaba más de un año para acabar nuestro viaje, aunque naturalmente nadie lo sabía entonces. Nos quedaban dos naves, pero tan solo una –la Victoria– en condiciones de navegar con cierta seguridad, así que tomé el mando de la misma. Como me emociona que la armada conserve la memoria de nuestro buque superviviente, nombrando así –con feliz augurio– a una de sus actuales fragatas. Más todavía, que el buque escuela durante 90 años lleve mi nombre por todos aquellos mares que descubrimos. Tras cruzar el Índico y doblar el Cabo de Buena Esperanza, remonte la costa africana evitando el contacto con los portugueses celosos rivales nuestros por aquella época salvo que tuve que avituallarme en Cabo Verde. Quien nos iba a decir que solo unos 60 años después, Portugal y España iban a ensayar durante otros 60 una unión que de perdurar hubiera cambiado la historia del mundo.

Casi tres años después de haber iniciado el viaje, el 8 de septiembre de 1522, entraba la Victoria en Sanlúcar con 18 tripulantes exhaustos que habíamos recorrido –según mis cuentas– unas 15.000 leguas, demostrando por la vía del hecho, no solo que la tierra era esférica sino que se podía rodear. Nuestro Rey Emperador así lo reconoció cuando me otorgó el lema «PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME» sobre un escudo de armas. No se puede decir más con menos palabras.

Todavía me quedaron fuerzas para intentar una nueva navegación en 1525 pero en agosto del año siguiente en pleno Pacífico, tras hacer lúcido y minucioso testamento (que firmé como Sebastián del Cano y que se conserva), entregué mi alma al Señor.

Tras esta pequeña e ingenua suplantación que espero sabrán perdonarme, recupero mi propia voz para preguntarles: ¿aquellos españoles estaban hechos de la misma madera que nosotros? ¿Seremos capaces de afrontar las incertidumbres que tenemos por la proa como Elcano las suyas?

Se acerca el 500 aniversario del inicio de esta heroica empresa que la Armada española intenta rememorar. Aún hay tiempo para reivindicar aquello que nunca se debió olvidar. Nos ayudará para navegar por lo desconocido.