
El canto del cuco
Tiempo de Cuaresma
El catolicismo forma parte, se quiera o no, de la identidad de España
En el calendario cristiano, la Cuaresma empieza el Miércoles de Ceniza, recordando que somos polvo y que nos convertiremos en polvo, y culmina, cuarenta días después, en la Pascua de Resurrección. Es un tiempo de purificación, de reflexión y de conversión, cuyas manifestaciones más visibles son el ayuno, la oración y la limosna. Cuando, no hace tanto, el catolicismo impregnaba la vida social de España, en las familias se cumplía rigurosamente la obligación del ayuno y la abstinencia los viernes de Cuaresma. Consistía en no comer carne ese día y hacer sólo una comida normal a mediodía. En ella no solía faltar el bacalao –abadejo lo llamaban– o el congrio. El frugal desayuno se conocía por la parvedad, y la breve cena, por la colación. Para aquellos campesinos de mi infancia renunciar al cerdo –el tocino, la matanza...–, que era la base consistente de su alimentación, suponía un sacrificio notable. En algunas casas, como la mía, seguimos manteniendo esta antigua tradición, ahora mucho más llevadera, además de recomendable para la salud. Las torrijas y el zurracapote siguen formando parte de la gastronomía cuaresmal.
Regía también entonces el mandato eclesiástico de «comulgar por Pascua florida», para lo cual, como preparación, se sucedían en los pueblos las misiones populares y, como culminación de las mismas, una tarde, a toque de campana, acudían en fila los vecinos al confesionario. Después todo el pueblo quedaba en silencio y en paz con Dios. Eran los tiempos del nacionalcatolicismo. Los domingos de Cuaresma se suprimía el baile y otras celebraciones «pecaminosas». El Gobierno prohibió tajantemente los carnavales y las timbas del juego, y obligó al descanso dominical. Todo esto saltó por los aires, para bien o para mal, con la llegada de la democracia. Los Gobiernos de izquierda no han podido, si es que alguna vez lo han pretendido, acabar con las celebraciones populares de la Semana Santa, cada vez más concurridas y propagadas. En la Cuaresma se sacan las túnicas y los capirotes y se reactivan las cofradías.
Con independencia de las creencias o increencias de cada uno, la Cuaresma, con su sentido penitencial, sus ritos y costumbres antiguas –como la adoración, estos días, del Cristo de Medinaceli en Madrid– pertenece a la cultura popular. Para los cristianos es tan importante como el Ramadán para los musulmanes. Los poderes públicos deberían tenerlo en cuenta. El catolicismo forma parte, se quiera o no, de la identidad de España. Al sector más cerril de la izquierda le cuesta reconocerlo. Una pena. Aunque no se vea, en cada español la procesión va por dentro.
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