Apuntes

Un mundo plagado de Belarras

El listo de Marshall McLuhan no se enteró de lo que iba a ser internet en la «aldea global»

Los que estudiamos a Marshall McLuhan y su concepto de la «aldea global» no debimos enterarnos de nada, al menos, desde la experiencia de los actuales medios de comunicación electrónicos, en los que la jerarquización de la noticia o las referencias más elementales de lugar y tiempo han desaparecido. Entiendo que es mucho más divertido apuntarse al Kamasutra por fascículos, que es lo que hacen las supuestas páginas web de Salud y Sexualidad; estremecerse con las previsiones meteorológicas más terribles, frente a las que nunca «estamos preparados para lo que va venir»; conocer qué países o ciudades son los mejores lugares del mundo para jubilarse, aunque siempre ganan Costa Rica y Alicante; descubrir qué hacemos mal al comernos una tortilla de patatas o una ensalada de pimientos, o enfrascarnos en sesudos estudios económicos, de esos «vitales» para quienes cobran una pensión, el paro o ambas cosas, que de todo hay en la vida de la prensa en redes, que informarnos de las últimas barbaridades políticas que asolan un mundo en el que las Belarras, como Lucifer, no conocen fronteras y dejan su profunda huella de destrucción moral y, lo que es peor, física por donde pasan.

No deja de ser una refutación del tío McLuhan –descubrirán los lectores que su estudio, como el de los estructuralistas, no me entusiasmó precisamente– que con el follón del rearme que tenemos en Europa, que va a reducir los gastos sociales sí o sí, lo que más interesa a la opinión pública en general es lo de la estupidez del kit de supervivencia, que ya les digo por experiencia propia en algunos conflictos bélicos que todo lo que no sea hacerse con un buen fusil de asalto o, en su defecto, una escopeta de cañones recortados, que abre mucho el tiro y mejora la puntería, es una pérdida de tiempo cuando los malos se asoman a tu casa y preguntan por las joyas, la comida y las mujeres –no necesariamente por ese orden–, y si no, que se lo pregunten a los ucranianos del Donbás, a los israelíes de los kibutz frente a Gaza o a los congoleños de Goma, por citar tres barbaridades recientes.

Siendo condescendientes, lo que ocurre es que la población está sobresaturada de alarmismo y hasta la coronilla de los profetas de la catástrofe. Y, ciertamente, ahí medran las Belarras de este mundo. Porque algunas cosas pasan por nosotros como si no tuvieran la menor importancia.

Y, así, una vicepresidenta del gobierno español, María Jesús Montero, se cisca literalmente en el derecho fundamental de la presunción de inocencia, además con agudos grititos y ademanes de santa indignación presuntamente feminista, y una secretaria de Seguridad Nacional gringa, Kristi Noem, se fotografía en una cárcel salvadoreña con fondo de presos semidesnudos, almacenados en plataformas de tres pisos, para amenazar con las penas del infierno a los inmigrantes irregulares y no pasa nada. La misma cárcel, por cierto, a la que Donald Trump envió, previo pago, a 200 venezolanos acusados sin procesamiento ni juicio de pertenecer a una organización criminal y pasándose por el arco de Mar-a-Lago a un juez. En fin, asuntos menores en estos tiempos líquidos, donde un tribunal de extracción política, como el que preside Pumpido, se permite enmendar la plana a los tribunales ordinarios, sin que pase nada. Lo dicho, que me pongo con la última entrega del Kamasutra.