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Ranas
Lo pagaremos con intereses exorbitantes, durante incontables décadas, y cuando no alcance el trabajo, porque nos jubilemos y luego muramos, la herencia que dejemos en este mundo será expropiada a sus legítimos herederos para pagar esa Deuda
Lo que está ocurriendo en España no es como el cuento de la rana que se va cociendo en agua cada vez más caliente sin darse cuenta. En 2008, parecía que la situación fuera así, pero tampoco: porque el agua se puso ardiendo en un momento y todos lo notamos en nuestras achicharradas vidas. La metáfora de la rana en el perol nunca es acertada. Porque una buena mayoría se da cuenta de lo que ocurre. Si la gente no salta del cazo, es por cobardía (no todo el mundo es valiente, ni tiene porqué serlo); porque hay raíces que impiden partir (no solo bienes raíces, sino la familia y el trabajo más o menos misérrimo); por imposibilidad física (¿a dónde vas, con qué te vas, si lo poco que tienes está todo atrapado aquí, y el fisco te perseguirá hasta la muerte si cruzas la frontera…?); por debilidad (ya no quedan fuerzas debido a la edad, no hay nervio, falta el impulso de esa juventud que no duda en hacer las maletas y largarse)… Los venezolanos han huido de su país por millones. En España están yéndose cientos de miles, todos ellos jóvenes preparados, dispuestos a emprender y trabajar. Mientras, entran al país masas de personas, una abrumadora cantidad de las cuales aspira a ser subsidiada. Están haciendo subir el PIB añadiendo un peso migratorio extraordinario, pero todo ello financiado con Deuda Pública. O sea, con dinero que pagarán «las ranas» obligadas tributarias que trabajan: nosotros, nuestros hijos, nietos, biznietos... Lo pagaremos con intereses exorbitantes, durante incontables décadas, y cuando no alcance el trabajo, porque nos jubilemos y luego muramos, la herencia que dejemos en este mundo será expropiada a sus legítimos herederos para pagar esa Deuda, que seguirá sin saldarse cuando ya nadie se acuerde de la pobre rana hervida.
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