Tribuna
La población del mundo es el enemigo. Una intuición geopolítica
Europa no tiene otro destino que envejecer por su nefasta política demográfica si no supera los imperiosos dogmas ideológicos progresistas. Y la egoísta tendencia a un maltusianismo destructivo
Disculpas por el título. Lógicamente se trata de una provocación. La población de mundo no es el enemigo de nadie. Los seres humanos somos la razón de ser de nuestro planeta y probablemente de todo el Universo. Solo en el hombre se localiza la autoconciencia, que resume en una palabra el conjunto de factores que constituyen el culmen de la evolución o de la creación. Ambas cosas no son incompatibles. Sin embargo, solo una parte de la humanidad acepta esta compatibilidad. Y considera admirable la existencia de un ser dotado de memoria, inteligencia, voluntad y sensibilidad. Capaz tanto para el afecto como para la moralidad. También para el egoísmo y la crueldad, cierto es.
La autoconciencia es la base de la libertad, otra de las potencias de la condición humana. Una potencia que ha servido para que los hombres busquen caminos, exploren, descubran y construyan sin descanso. También para que a veces se impongan los aspectos más tenebrosos del complejo entramado que nos constituye.
La historia acredita que esta contradicción está en la base de las construcciones morales, tanto de los individuos como de los pueblos. Y por ende de la autovaloración predominante en cada época. Se alternan las fases positivas con las negativas sin solución de continuidad. Actualmente estamos en una fase claramente negativa, en la que importantes grupos ideológicos tienen la convicción de que el ser humano es un peligro para sí mismo y para el planeta.
El complejo entramado progresista con sus poderosísimos terminales económicos, culturales y mediáticos está generando una nueva moralidad de sustitución. Una construcción basada en ideologías erigidas contra cualquier evidencia de carácter filosófico, histórico o científico. Como toda construcción de este tipo, incluye iglesias, profetas, dogmas y mandamientos. Es cada vez más dominante en el mundo «occidental».
Estos mandamientos tienen un carácter sutil, pero cada vez son más impositivos. Y no son universales. Solo afectan a los grupos considerados responsables de todos los males. No tendréis coche, no comeréis carne, no engendraréis hijos. Sobre todo, este último es fundamental. Y suicida.
Los progresistas han tenido, de siempre, una verdadera obsesión con el crecimiento poblacional. La muy progresista señora Ghandi intentó, con poco éxito, reducir la natalidad en la India mediante el feminista método de imponer la esterilización de las mujeres por métodos coercitivos. Los maoístas impusieron la política de un solo hijo mediante mecanismos aún más coercitivos, Sus resultados están a la vista. Solo el desarrollo económico, y la promoción de la mujer reducen de forma espontánea el crecimiento poblacional. La experiencia lo ha demostrado.
Esta obsesión determina la equivocada percepción de que el aumento de habitantes del planeta crece de forma desbocada e imparable. Está sucediendo todo lo contrario. La evolución de un indicador tan significativo como la tasa de fertilidad lo demuestra. Esta tasa mide el número medio de hijos por mujer. El indicador de equilibrio tiene el valor de 2,1. Un número mágico que asegura el reemplazo de la población.
El Banco Mundial realiza uno de los seguimientos más serios de este indicador. En 2022 la tasa de fertilidad del mundo era de tan solo 2,3, frente a los más de 4 de los años 70. Sigue reduciéndose inexorablemente por lo que antes de 2050 se habrá atravesado en nivel de reemplazo demográfico.
Esta evolución no es en absoluto uniforme. En la actualidad más de 100 países se encuentran por debajo del nivel de sustitución. Entre ellos los más poblados del mundo como EEUU (1,7), la India (2,0) y China con un exiguo e insoportable 1,2. La más baja del mundo, junto con España y Ucrania. Prácticamente todos los países desarrollados se encuentran por debajo de este peligroso umbral.
Tampoco escapan a esta situación los países iberoamericanos demográficamente significativos: Méjico y Argentina tienen el 1,8 y Brasil un exiguo 1,6. Tampoco los países de Asia escapan a esta tendencia, ni tan siquiera los islámicos. Por ejemplo, Irán presenta un sorprendente 1,7.
Solo África mantiene un elevado nivel de crecimiento. El país con mayor tasa es Níger con 6,8 hijos por mujer. De los 29 países con una tasa superior a 4,28 están en el África negra. Otros 14 tienen tasas entre 3 y 4.
África está pues destinada a convertirse en la última gran reserva demográfica de la humanidad. En 2050 su población habrá alcanzado los 2.500 millones. Una población joven, dinámica y llena de energía. Y por ello la única reserva de mano de obra capaz de compensar el invierno demográfico de las naciones desarrolladas. Su población se habrá convertido en la mayor de sus riquezas.
Además, se trata del continente que mantiene más reservas de materias primas sin explotar por su secular atraso. De ahí la enorme importancia geopolítica de este continente como abastecedor de productos estratégicos y reserva demográfica. Una importancia que ya ha sido apreciada por Rusia, India, China y las potencias financieras del golfo, impulsoras de la marea islámica.
Europa no tiene otro destino que envejecer por su nefasta política demográfica si no supera los imperiosos dogmas ideológicos progresistas. Y la egoísta tendencia a un maltusianismo destructivo. Estará condenada a sufrir en primera línea el abismal desequilibrio que va a producirse entre ambas orillas del Mediterráneo. Su población autóctona quedará sumergida en un aluvión cultural, difícilmente digerible y abocado al conflicto.
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