Y volvieron cantando

El PP, mano atada a la espalda

Es difícilmente asumible, por no decir que profundamente antidemocrático, negar el pan y la sal a pactos entre las derechas y silbar mirando hacia arriba cuando se contempla el del bloque «Frankenstein»

Tan cierto es que en nuestro país el bipartidismo ha renqueado –que no desaparecido– durante los últimos años, como el hecho de que la única consecuencia directa ha sido que los dos grandes partidos –que lo han seguido siendo hasta hoy– se han despedido de manera casi definitiva de cualquier posibilidad para gobernar en solitario vía mayoría absoluta. Hasta aquí no se descubre nada dando por hecho que tanto socialistas como populares se ven obligados desde sus mayorías minoritarias, ya sea PSOE a nivel nacional o PP a nivel autonómico a buscar apoyos para formar gobierno. Tampoco aquí descubrimos nada salvo cuando empezamos a reparar en una estrategia que no deja de calar especialmente en eso que llamamos opinión publicada y que no es otra que la de considerar perfectamente legítimo el pacto entre todas las izquierdas, incluidas las más extremas, y abriendo la ecuación a actores cuyo argumentario pasa indisimuladamente por debilitar al estado o hasta por hacer jactancia en algunos casos de su condición de herederos políticos del terrorismo, mientras se señala a los acuerdos entre PP y Vox como la confirmación de unas derechas coincidentes en idearios xenófobos y otras lindezas.

Que el partido de Abascal defienda postulados difíciles de compartir no significa que sea una derecha fuera de los límites de la Constitución y, por lo tanto, inhabilitada para llegar a acuerdos puntuales y concretos, porque que se sepa, desde Vox –e insisto, por muy cuesta arriba que se haga asumir algunos de sus postulados– todavía no se han orquestado golpes como el perpetrado en Cataluña hace ocho años por parte de quienes ahora sostienen –legítimamente vuelvo a recalcar– al Gobierno de Sánchez. Más allá, lo que conviene recordar para poner a cada cual en su sitio es el hecho de que hace no tantos años eran unos los que avisaban dónde aparcaría el coche al que colocar la bomba y otros los que tenían que agacharse cada mañana para mirar los bajos de su vehículo antes de salir a trabajar.

Es difícilmente asumible, por no decir que profundamente antidemocrático, negar el pan y la sal a pactos entre las derechas y silbar mirando hacia arriba cuando se contempla el del bloque «Frankenstein» o, lo que es igual, exigirle al PP concurrir al foro político con una mano atada a la espalda. Pero está calando.