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El buen salvaje

Guerra civil

El intento de herir de muerte al Poder Judicial, la meta de la carrera popular de teatrillo presidencial, o amagar con cubrir la boca de la prensa díscola, nos acercará a la orilla de las babas, cada vez más mala y más hedionda

El fin de la polarización es el enfrentamiento. Aquí y en Pekín, o sea, en Estados Unidos y en tantos sitios donde tanta gente ya se escupe microbios dialécticos a la cara. Las guerras empiezan así: un día llueve y alguien saca un revólver o da un golpe de Estado. Nuestro presidente, del que todo el mundo opina, normalmente para mal (sólo hablo como testigo de la parte del CIS que me encuentro por las casas, los bares y los teléfonos), no solo no ha parado ese partir en dos el alma de un pueblo sino que ha sacado el serrucho y lo ha dividido más todavía. Si antes éramos dos partes de la misma nuez, ahora somos muchas castañas que se pelan entre ellas, nos desollamos secos.

El intento de herir de muerte al Poder Judicial, la meta de la carrera popular de teatrillo presidencial, o amagar con cubrir la boca de la prensa díscola, nos acercará a la orilla de las babas, cada vez más mala y más hedionda. O sea, estaremos más cerca de odiarnos otros tantos años, que ya toca renovar nuestros votos, los que se repiten de cuando en cuando en la Historia de España. Goya y esas fruslerías.

Cuando todo eso suceda y se estudien los antecedentes habrá que contar que había gente (hay gente) que siente miedo y que no era normal (no es normal) que un ciudadano tema lo que pueda hacer un presidente legítimo, votado en democracia y eso. Esa pregunta todavía no tiene respuesta. ¿Usted es consciente de que algunos compatriotas se desvelan no por los inmigrantes ni por los «nazis» de Vox (Rita Maestre dixit) sino por lo que pueda hacer usted?

Una vez que se entra en una pesadilla no hay vuelta atrás, hay que esperar a que acabe para darse cuenta de que lo soñado no era real y desandar el camino hacia la realidad. Cada vez son más los jóvenes a los que poco les importa un poco más de autoritarismo (lo que no tuvieron en casa), así que el presidente se encontraría con un ejército valiente pero envejecido. Puede que hasta sea considerado moderno, como los futuristas veían al fascismo.