
Letras líquidas
«Good bye, Lenin!»
«Good bye, Lenin!» abordó, con humor e ironía, las reticencias de los seres humanos a salir de sus marcos mentales y el empeño que muchas veces actúa de freno a la natural evolución de ideas y modos de organización social
La madre de Alex entró en coma en octubre de 1989, días antes de la caída del Muro de Berlín, y despertó ocho meses después cuando el mundo ya era otro. No quedaba rastro de la Alemania Oriental que veneraba y que marcó su vida y, para evitarle un perjuicio añadido durante su convalecencia, su hijo decidió ocultarle los cambios políticos y crear una ficción comunista en los 70 metros cuadrados del apartamento en el que se recuperaba: editó periódicos «fake», vetó la noticias en la televisión y llegó a sobornar a vecinos y amigos para mantener la farsa. Esta historia, inspirada en la vida real de un trabajador del ferrocarril polaco, es ya un clásico del cine europeo: «Good bye, Lenin!» abordó, con humor e ironía, las reticencias de los seres humanos a salir de sus marcos mentales y el empeño que muchas veces actúa de freno a la natural evolución de ideas y modos de organización social. Y, ahora que se acaban de cumplir 35 años del fin oficial de la Guerra Fría, no he podido evitar acordarme de aquella película, que tan bien retrató los apegos ideológicos. Coincide, además, tan reconocida efeméride, la demolición del muro físico en Berlín, con otra de las revueltas que se está gestando en la izquierda española. Y ya van... La cuestión es que los partidos de ese perímetro ideológico se debaten, no es novedad, en sus laberintos nominales (¿qué nombre elegirán ahora?), desbaratados en sus múltiples facciones, y afrontan su futuro con dos frentes abiertos: Sumar y Más Madrid acorralados por el «caso Errejón» y la irrupción de Podemos, intentando escapar de la irrelevancia a la que le llevaron las urnas. Y, en esa tentativa de regreso, reaparece Irene Montero para desvelarnos que su «mayor error político» fue ceder el liderazgo a Yolanda Díaz. Ninguna referencia al fallo legislativo del «solo sí es sí» ni a los efectos perniciosos que tuvo para las víctimas ni a los beneficios que supuso para algunos delincuentes sexuales. En un ejercicio de rigidez doctrinal se presentan, otra vez, atrapados en su viejo piso de 70 metros.
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