Apuntes

Lo de Franco «es todo tan aburrido»

«En 1975, tras la muerte en la cama del dictador, todo era posible, es cierto, pero en ningún caso inevitable»

Sebastian Haffner (1907-1999), alemán, autor de una de las más concisas y mejores biografías de Winston Churchill (1874-1965), escribió que una de las últimas cosas que se le escuchó decir al premier británico poco antes de morir fue: «Es todo tan aburrido». La que se presume interminable temporada de actos, inaugurada ayer, para conmemorar-recordar-celebrar –no está claro– el fallecimiento, en noviembre de 1975 y en la cama, del dictador Francisco Franco (1892-1975), amenaza con aburrir, por agotamiento y falta de interés, incluso a los partidarios más infatigables del presidente del Gobierno. Los «indepes» catalanes celebran todos los 14 de septiembre una derrota, la de 1714. Es algo bastante insólito, pero Jenofonte (430-354 AC) ya cantó en la Anábasis «la retirada de los diez mil» tras otra debacle. Sin embargo, es muy difícil, acaso imposible, hallar precedentes de festejos –¡y medio siglo después!- de la muerte natural de un dictador que cerró una época, pero no alumbró unas libertades que fueron efectivas –y legales, que nadie lo olvide– bastantes meses después. A finales de 1975, sin Franco, no hubo nada automático. Todo era posible, pero tampoco inevitable. Las libertades y el bienestar que trajeron consigo fueron posibles porque hubo quienes, durante bastante tiempo, con dificultades y riesgos, incluso personales, trabajaron para que llegaran y lo hicieran cuanto antes. Y todo eso no ocurrió en 1975 sino, como mínimo, a partir de julio de 1976, cuando el rey Juan Carlos logró la dimisión de Carlos Arias Navarro (1908-1989), oscuro y siniestro personaje sin ni tan siquiera un pie de página en la historia, y nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez (1932-2014). Solo a partir de entonces se pudo soñar con aquella tierra «en donde ponga libertad», que cantaba Labordeta (1935-2010). Pedro Sánchez, agobiado por problemas que encaja mal y asesorado por mercenarios y demiurgos de sus propias fantasías –muy bien pagadas, por supuesto–, presume, como hizo ayer, de advertir sobre las dictaduras y para eso desempolva el fantasma de un dictador tan cañí como ignoto para los menores de 40 años, en un intento de desviar la atención y también de enredar a la monarquía, sin percibir que quizá todo sea «tan aburrido», como dijo Churchill, según Haffner.