El buen salvaje
Errejón, hermano, yo sí te creo
La hipocresía, hermanos y hermanas, está bien vista si la ejerce alguien de un determinado signo político y si eso sirve para mantener el poder
Cuando Irene Montero sacó adelante la terrible ley del «solo sí es sí» algunos nos sacamos los piojos que ya no tenemos para lanzarlos a la barbarie de aquella letra. Es coherente, entonces, que no me lance a la yugular de Errejón, aunque haya una denuncia presentada en la Policía y otras que están por llegar. Hasta que no se demuestre lo contrario, Errejón no es «oficialmente» un agresor o un esnifador de cocaína en los pechos heridos de sus amantes. Vamos a dudar de todo esto, algo que su personaje (el de Errejón) no haría. Claro que doy veracidad a todo lo que se cuenta de la persona, pero no sé hasta qué punto fue «sí sí hasta el final», ya me entienden, y si como adelantan, hay más casos en la extrema izquierda, y que haríamos bien si hacemos caso a los campanarios de las iglesias. Veremos.
Claro que no soy Yolanda Díaz. La lideresa menguante habría mandado al paredón a cualquier hombre acusado de lo mismo que su ex portavoz. Esas son las maneras de la neoizquierda, el terrible legado del moderno progresismo. Pero resulta que todo era mentira. No me refiero a Errejón, del que ya sabemos por él mismo que era Doctor Jekyll y Mr. Hyde, un hombre careta. El engaño es mayor pues Yolanda Díaz conocía el proceder de su joven pupilo y no se acogió a sagrado, a eso de decir que se cree todo lo que una mujer denuncia sino que dejó que Errejón siguiera metiendo y metiéndose, que en este caso parece que los tiempos verbales van unidos o son bastante compatibles. Irene Montero no ha condenado todavía a la hoguera al ex amigo de su pareja. No hay convocada una manifestación a lo Juana Rivas, al menos no me ha llegado la convocatoria.
La hipocresía, hermanos y hermanas, está bien vista si la ejerce alguien de un determinado signo político y si eso sirve para mantener el poder. O sea, que no es el «machismo», que todavía, así, en abstracto, no es delito. Es mantenerse en el Olimpo mintiendo a los demás. Ellas lo sabían y no hicieron nada. No acompañaron a las mujeres sino que taparon al hombre para que volviera a cazar cada noche que una presa se le pusiera a tiro, según el relato que ellas sí estaban obligadas a dar por bueno. Entonces, después de Errejón, alguien más debería apuntarse a la psicoterapia de la dimisión porque igual que me creo a Íñigo no me creo a Yolanda ni a Mónica, la madre, la médica que nos receta contradicciones y paradojas para curar nuestra salud mental. Escuchaban a los corderos y se quedaron en silencio.
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