La noria

El águila calva, las cotorras, los buitres y las «ratas voladoras»

Mientras esperamos a la paloma blanca de la paz, en los cielos patrios hay una guerra entre charranes, cuervos y especies invasoras

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IlustraciónPlatónLa Razón

El águila calva es desde hace unos pocos meses de forma oficial el ave nacional de Estados Unidos y símbolo de su soberanía como nación. Desde 1782, figura en el Gran Sello norteamericano y está presente en la bandera del presidente, en el mazo de la Cámara de Representantes, en las insignias militares y en miles de millones de billetes de dólar. No hay rapaz mejor para representar al líder de un país que mantiene al mundo en vilo, amenazando a las presas con sus garras arancelarias.

Se la empujó a la extinción, pero resistió. Tiene un chillido que se asemeja a una risilla –parece que se esté carcajeando de todos– y es un excelente depredador. Leo en el «National Geographic»: cleptoparasitismo, vamos, que también roban las capturas de otros depredadores. ¿Y si es en realidad lo que está haciendo Donald Trump? A lo mejor tengo demasiados pájaros en la cabeza o estoy como Jack Nicholson en «Alguien voló sobre el nido del cuco».

El caso es que, mientras leía sobre el águila calva, me acordé de los cetreros monclovitas y de sus rapaces, que luchan contra la sobrepoblación de palomas, esas que vulgarmente conocemos como «ratas voladoras», que amargan la vida en el Palacio. Deben de ser muchos los excrementos que sueltan por ahí, pequeñas minas corrosivas que terminan contaminándolo todo. Por eso se optó por soltar a los halcones para controlar a tan insalubres bichos. La maniobra parece estar dando resultado y alguna presa ha caído. Como aquella paloma que creyó ser gavilán «pobre tonto, ingenuo, charlatán» que cantaba «el príncipe de la canción», y que ya no arrulla como antes. Ese que fuera azote de la red del pajarito azul (reconvertida en X) ahora solo se dedica a promocionar el AVE.

Pero esta incómoda fauna no es la única molestia en nuestro patrimonio nacional. Las cotorras, que vinieron para quedarse, son un auténtico tormento. En particular, hay una que lleva la voz cantante y es la más fastidiosa de todas. Desde bien temprano carretea sin parar con una especie de deje andaluz que no deja de incomodar allá por donde se posa. Pero a esta también le han cortado las alas y ha tenido que esconder la cabeza como un avestruz después de tanto graznido insoportable que hizo que todos los vecinos se quejasen. A veces también experimenta metamorfosis como loro y repite una y otra vez: «Mopongo».

Pero en Moncloa están especialmente ojo avizor ante una especie invasora que les está dando mucho trabajo y que busca incansablemente la forma de seguir manteniendo su nido para quedarse allí la próxima temporada. Incluso ha intentado agrandarlo pidiéndole a unos pajarracos, con los que antes volaba, que se le sumaran, pero estos únicamente parecen preocupados por los buitres y sus fondos.

Así que al gerifalte no le falta empeño en esta etapa de migración entre las «ratas voladoras», las cotorras, las especies invasoras y los que desde abajo se dedican únicamente a dar de comer a las palomas y a pasar inadvertidos mientras reparten sus migajas de pan duro.

Hay una batalla encarnizada en todo lo alto entre los charranes y los cuervos por el espacio aéreo

Y, mientras todo esto se produce, hay una batalla encarnizada en todo lo alto entre los charranes y los cuervos por el espacio aéreo. Consejo de Julio Iglesias: «Vuela amigo, vuela alto/ No seas gaviota en el mar/ La gente tira a matar/Cuando volamos muy bajo».

Porque en estos tiempos tan convulsos en los que no dejamos de escuchar tambores de guerra provenientes de pájaros de mal agüero, lo mejor es ponerse a cubierto. O hacer caso a la ornitomancia, capaz de presagiar el futuro observando el vuelo y el canto de las aves, como hiciera el druida Panorámix en la primera película de Astérix y Obélix. Así que solo nos queda mirar al cielo y esperar una paloma blanca de la paz.

Entretanto, disfrutaremos el próximo 15 de junio del vuelo de la «Patrulla Águila», la unidad acrobática del Ejército del Aire, antes de que se despida de su ya mítico «culopollo», que durante cuatro décadas ha surcado el firmamento regalándonos hermosas estelas de la bandera patria, y dé paso al «Pilatus», como bien cuenta mi compañero y buen amigo Fernando Cancio en estas páginas.

Yo, mientras tanto, como buen abejaruco (en recuerdo al siempre querido Félix Rodríguez de la Fuente), horadaré mi roca y asomaré la cabeza para observarlo todo desde mi caverna.