Nacionalismo

Puigdemont, caudillo separatista

La Razón
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Si algo evidenció de nuevo la Asamblea que el PDeCAT celebró ayer, es el nulo poso democrático de Carles Puigdemont y, en general, del movimiento separatista. El prófugo afrontó el cónclave como un órdago a la organización heredera de Convergencia Democrática: o conmigo o contra mí; u obediencia plena o el abismo. El expresident procesado estaba dispuesto a enterrar aún viva a la formación separatista para que cogiera su relevo la nueva Crida Nacional por la Independència, su enésima creación con la que dejar atrás el historial de fracasos personales e intentar de nuevo liderar una suerte de movimiento nacional transversal que relegara las diferentes siglas –incluido ERC, claro– excepto la suya y siempre bajo su voluntad. En este sentido, el PDeCAT de Marta Pascal estorbaba. Pretendía con ingenuidad de colegial preservar una cierta autonomía política respecto de un referente que se esconde a miles de kilómetros y que no vive el día a día de la realidad catalana. Pascal, por supuesto, fue incapaz de sortear la presión de Puigdemont, Torra y los exconsejeros presos y sucumbió a la tarde de cuchillo largos que el Gran Hermano independentista había orquestado para que no saliera con vida política de allí. Puigdemont se salió con la suya y colocó a sus peones en la cúpula de unas siglas instrumentales que pronto pasarán a hibernar en los sótanos de la Crida. David Bonvehí y Míriam Nogueras, como Torra en la Generalitat, son los nuevos títeres del evadido en el partido sucesor de Convergencia. Con lo que tal vez no contaba Puigdemont es con el considerable voto de castigo que su lista de apadrinados padeció a manos de una improvisada por las bases –ni siquiera por Pascal– molestas por los manejos de Puigdemont, que se llevó un tercio de los apoyos de la Asamblea. El episodio de ayer fue uno más en la lista de aportaciones del expresident al paulatino declive separatista. Su balance es tremendo por fatídico y cuando con perspectiva se valore su hoja de servicios a los ciudadanos de Cataluña se constatará su nefasto papel y su traición al bienestar y prosperidad de todos. El peor y más mediocre empleado público de los catalanes ha fracturado la sociedad, ha dinamitado la unidad con ERC y las entidades cívicas independentistas y lleva camino, a poco que le dejen, de mandar el espacio convergente al sueño eterno. Y todo ello aderezado por un ya inconfundible e indisimulable talante caudillista, sin respeto alguno a más reglas que las que él impone y con absoluta falta de piedad política para cercenar toda voz disidente. Por supuesto, no lamentamos que Puigdemont y quienes le siguen se retraten como lo que son, totalitarios y supremacistas, y tampoco su hostilidad ya manifiesta con ERC. Cuanto peor para los enemigos de la libertad y la democracia, mejor para el constitucionalismo y el Estado de Derecho. Sí sentimos que esta visión menor, obtusa, sectaria y caciquil sea la que gobierne el territorio y que lo haga contra una mayoría de millones de personas que no comparten su Cataluña cerrada, asfixiante y menor y que está pagando los platos rotos del desgobierno empobrecedor. Que el Ejecutivo socialista pretenda alentar con sus gestos y actuaciones la hegemonía de una administración con probado currículum de deslealtad, cuando no de golpista, es algo que debería reconsiderar con urgencia. Que el ministro de Fomento y secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, se refiriera ayer a Puigdemont como un «caudillo» y le acusara de «romper» el PDeCAT, «la única posibilidad que apostaba por el diálogo», puede ser una declaración aislada o el regreso a un discurso de unidad con los constitucionalistas. Esperamos lo segundo. Nada puede merecer la pena si el precio es ir de la mano con ultras como Puigdemont y Torra.