Juan Manuel Santos
Francisco, un Papa para este siglo
Su Santidad cumple hoy 80 años. No habrá celebración oficial en el Vaticano, aunque Francisco oficiará una misa con los cardenales presentes en Roma y recibirá las felicitaciones de millares de fieles, a través de las redes sociales. Tan solo una emisión filatélica especial, con un sello inspirado en la obra sacra del pintor español Raúl Berzosa, resalta la trascendencia de la efeméride: que el Papa que mejor ha representado la modernidad de la Iglesia y su inclusión en el mundo actual es un octogenario vital, comprometido con la humanidad y que no ha renunciado un ápice a su escala de valores, forjada en la difícil periferia de Buenos Aires, su ciudad natal. Pero su buena salud, física y mental, no sirve para explicar una actividad que podría decirse frenética y que se refleja en una agenda siempre cargada de audiencias, encuentros, viajes, entrevistas y actos pastorales que agotarían a cualquiera. Mas parece que Francisco tiene mucha prisa –como si ya hubiera tasado su tiempo pontificial– en llevar a cabo, y si es posible culminar, el gran proyecto de reforma de la Curia y puesta al día doctrinal en el que se halla embarcado desde que hace tres años fuera elegido cabeza de la Iglesia. Ya ha dicho que no ha cerrado la puerta a una renuncia, como hiciera su predecesor Benedicto XVI, pero también, que continuará adelante mientras la salud no se lo impida. Han sido unos años, ya decimos, de gran actividad –con hitos como la exhortación apostólica «Amoris Letitia», que articula las conclusiones de los dos sínodos sobre la familia celebrados en 2014 y 2015–, que han proyectado su figura en todo el orbe, de acuerdo a la vocación de universalidad de la Iglesia, y que ha producido fuera de los ámbitos católicos un efecto de «redescubrimiento» de los valores que impregnan la fe cristiana, incluso, entre los medios generalmente hostiles de la izquierda progresista occidental. Y, sin embargo, no hay nada en la labor pastoral de este Papa que haya supuesto una ruptura de fondo con la doctrina católica, como no podía ser de otra forma, sino el mayor énfasis de Francisco puesto en una Iglesia abierta a todos y en un cambio en la forma de aproximarse a las nuevas condiciones ambientales, sociales e ideológicas en las que se desenvuelve la familia cristiana. Incluso si entre algunos sectores más tradicionales puede sorprender el nuevo acento con que la Iglesia afronta los desafíos y obstáculos de una realidad social, caracterizada, entre otras cuestiones, por la cultura de lo provisorio, la mentalidad antinatalista, la ideología de género, la pauperización de amplias capas de población en las sociedades industriales, el estallido de la pornografía y la deconstrucción jurídica del matrimonio; lo cierto es que el pontificado de Francisco bebe de los principios fundamentales de la caridad y la misericordia del Evangelio. En palabras del propio Papa: «Los pastores estamos llamados a formar las conciencias de los fieles, no a pretender sustituirlas». De la misma manera, franca y directa, sin reparos a las críticas de parte, siempre interesadas, Francisco ha dado un nuevo impulso a la que podemos llamar «diplomacia de la humanidad», involucrando a la Iglesia en aquellos conflictos que causan graves sufrimientos a las personas, sin importar dónde se hallen y en qué crean, siempre a la búsqueda de la paz y el entendimiento, como, ayer, cuando recibió juntos al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y a su antecesor en el cargo, Álvaro Uribe, para emplazarlos a trabajar juntos por la reconciliación. Éste es el hombre que hoy cumple 80 años. Firme, decidido y, sobre todo, esperanzado en un futuro mejor para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
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