Al portador

El discurso y el «inner power» del Rey

«Felipe VI, en su discurso navideño ha dicho lo que debía y podía. El Rey no gobierna y tampoco debe hacerlo»

Walter Bagehot (1826-1877) publicó en 1867 un libro titulado «La constitución inglesa» en el que hablaba del «inner power» o «poder inherente» de los reyes. El texto, desde su aparición, se convirtió en el gran referente político y constitucional británico. El autor lo que hizo fue aunar e interpretar las diferentes leyes, unas más antiguas, otras más modernas, que regían el sistema político de la Gran Bretaña. No hay, ni nunca hubo, como es sabido, una Constitución inglesa como tal, sino una serie de normas acumuladas incluso desde hace siglos. Bagehot, que todavía es mucho más que actual, compiló todo, y también apuntó que «una monarquía constitucional como la nuestra, tiene tres derechos: el derecho a ser consultada, el derecho a aconsejar y el derecho a advertir». Y añadía: «Un Rey de gran sentido y seguridad, no precisa otros». Felipe VI es, por supuesto, un Rey constitucional, con una Constitución escrita que describe y enumera sus funciones, que no son muy diferentes de los que –en su caso como derechos– enumeraba Bagehot hace siglo y medio.

Felipe de Borbón, en su discurso navideño, con alguna novedad escénica –sin grandes rupturas con el pasado–, dijo lo que podía y lo que le correspondía decir, incluido su llamamiento al consenso y la serenidad en tiempos y «en medio de la contienda política atronadora». Consulta, consejo y advertencia. El Rey no Gobierna y no debe hacerlo y, de esa manera también acierta, igual que cuando está en determinados lugares porque «los hombres y los reyes deben juzgarse por su actuación en los momentos críticos de sus vidas». Felipe VI concluye un año muy positivo para él y para la Monarquía, al margen de la ausencia –confusa y con explicaciones extrañas– de la inauguración de Nôtre Dame, de la que se exculpó en persona y por teléfono con Macron. Es lo que debe y puede hacer y acierta, lo que irrita a su detractores de todos los extremos. Al fin y al cabo, «la monarquía es un gobierno en el que la atención de la nación se concentra en una persona que realiza acciones interesantes. Una república es un gobierno en el que esa atención se divide entre muchos, que realizan acciones que no son interesantes», como también escribió en su día Bagehot.