Los puntos sobre las íes

Es la corrupción, no la crispación, Majestad

Si alguien atesora auctoritas para impartir lecciones de integridad es Don Felipe.

Como no podía ser de otra manera, el sanchismo ha arrimado el ascua a su sardina con ese discurso de Nochebuena en el que el Rey criticó «la contienda política atronadora». Dicho en cristiano, esa «crispación» que inunda 24/365 la boca del sanchismo y sus periodistas de cámara. A estos últimos les faltó tiempo para soltar, cual niños malcriados cuando papá les otorga la razón para evitar males mayores, un pueril «chincha, rabiña» tras escuchar a Felipe VI a las nueve de la noche. Sumar, Podemos y demás socios del autócrata tiraron de manual para poner a parir el speech real, es más, estoy convencido de que ni se lo leyeron. El PP se hizo el sueco y Vox se limitó a mantener la boca cerrada para no desairar públicamente a un Felipe VI al que siempre han guardado un respeto reverencial. Lo normal ante el que va camino de ser el mejor monarca de la historia. El problema es que por las rendijas de Zarzuela se ha colado el cuento chino de la crispación, ese mantra que Felipe González y su lacayo Juan Luis Cebrián se sacaron de la chistera para tapar las mangancias con las que nos desayunábamos prácticamente a diario en el ecuador de los 90. El lugar común que ha resucitado un autócrata al que no tumbará la situación económica, como sucedió con Zapatero, sino un trinque sistemático que presuntamente han practicado desde su señora esposa y su hermano David hasta varios ministros, pasando por su antaño alter ego, José Luis Ábalos, y ese Koldo García al que loaba sin parar en ese Manual de Resistencia que, como la tesis, tampoco escribió él. Siempre, claro está, que no se adelante un Puigdemont que tiene más ganas que nadie de dar la puntilla a un individuo que le ha engañado por tierra, mar y aire. Lo de la crispación sería plausible si el Parlamento español fuera el coreano, donde los diputados se lían a puñetazos a las mínimas de cambio, ese venezolano en el que los chavistas amenazan convincentemente de muerte a los opositores democráticos o incluso el británico, el más prestigioso del planeta, en el que sus señorías se dicen de todo y por su orden dejando a los españoles reducidos a la condición de mansos gatitos. Aquí, por el contrario, yo observo al jefe de la oposición, Núñez Feijóo, dirigirse al presidente del Gobierno con una educación que dejaría boquiabierto a un niño recién salido de Eton. Servidor jamás ha visto a Abascal vulnerar las formas para equipararlas a un fondo que, como no puede ser de otra manera con un aprendiz de sátrapa, es duro en cantidades industriales. El socialismo moderno no ha tirado de catarsis para alejar el fantasma de la corrupción sino de ese bulo nivel dios que es la teoría de la crispación. Cuando, que yo sepa, quien más crispa a los ciudadanos es el que se mete en la faltriquera el parné de sus impuestos, no el que censura el latrocinio. Don Felipe estuvo cumbre al criticar el sectarismo partidista que evitó una respuesta coordinada a la tragedia de la DANA, lo mismo que cuando advirtió valientemente de los riesgos que corremos si no frenamos la inmigración ilegal. Pero eché en falta no sólo una crítica siquiera velada a la espiral delictiva del Gobierno y el PSOE sino también una reprobación a la vulneración sistemática de la ley en general y de la Constitución en particular por parte de un sanchismo que tiene de aliado principal a ETA. Porque si alguien atesora auctoritas para impartir lecciones de integridad es Don Felipe.