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Rock
Un héroe de francia
Johnny Hallyday fue la gloria del «rock» francés, el padre de un género musical que nunca arraigó en aquel país, ni antes ni ahora. Pero, paradójicamente, Hallyday fue una de las grandes estrellas del mundo del espectáculo en buena parte de la nación gala, aunque desconocida en otras zonas del país, tan extraño en cuestiones artísticas. Sí, un auténtico pionero. Jean-Philippe Smet (su verdadero nombre) nació el 15 de julio de 1943 en París. Nunca conoció lo que fue crecer en un hogar natural. Su padre belga y su madre francesa (modelo y de quien heredaría sus apolíneos rasgos) se separaron cuando el pequeño Jean-Philippe tenía un solo año. Entonces, su tía paterna Huguette Clerc se hizo cargo de él. Fue su primer contacto con la farándula, pues Huguette era bailarina y la música siempre estaba presente en el modesto hogar. Sus facciones no pasaron inadvertidas y ejerció primero como modelo publicitario antes de decidirse a acometer su carrera como cantante. Y, cómo no, se dedicó a esto gracias a un hombre: Elvis Presley. Ya había dado clases de canto y arte dramático cuando asistió a la proyección de la película «Loving you», en la que Elvis desplegaba su tremendo carisma. Entonces fue cuando el joven francés se decidió: «Sí, quiero ser como él». Pero Johnny fue lo suficientemente inteligente para no crear un «clon» del cantante de Memphis. Nunca renunció a su idioma, ni a su acento, ni a su patria. A finales de 1959 realizó su primera aparición televisada en el popular «Paris Cocktail», que enamoró a miles de jovencitas francesas. Canciones como «T’aimer Follement» y «Souvenirs Souvenirs» fueron los cimientos de una carrera que ya nunca se detendría. Johnny tenía un indudable atractivo y se convirtió en un descomunal ídolo en Francia y otras partes de Europa. Su música incluía guitarras, ritmos acelerados y gancho sexual. No era «pop de chicle» a la manera de los primeros Beatles, como se hacía en España por aquella época, y eso en el mejor de los casos. Lo suyo era pura feromona. Para magnificar el auge de su popularidad, en 1965 se casó con Sylvie Vartan, otro ídolo para los jóvenes adolescentes. Era la unión del «rey y la reina» en una república, un acontecimiento que paralizó el país en aquellos tiempos. Fue la primera de sus cuatro mujeres. En lo musical, Johnny tuvo otra virtud: supo evolucionar con el devenir de las modas y de los estilos musicales. No se quedó en una simple figura «retro» que vive de sus viejos éxitos y de cantar en casinos para apacibles jubilados las canciones que le dieron gloria décadas atrás. Ni mucho menos. Así, el vocalista francés cultivó durante su carrera la psicodelia, el rock progresivo, el folk, el blues, el pop, el soul, la música disco, el tecno... Su gran visión de futuro y su indiscutible habilidad para adaptarse a la moda imperante en el momento le dotaron de un éxito comercial que siempre perduró en su país. En este tiempo, Francia incorporó nuevas estrellas a la música: Claude François, Serge Gaingsbourg, Daniel Balavoine, Julien Clerc, Bernard Lavilliers, Renaud, Patrick Bruel y demás. Pero Hallyday nunca perdió su puesto en el trono y cada gira, cada concierto y cada aparición televisiva fue seguida con devoción por sus millones de seguidores en Francia. Fue una carrera de 50 años, 400 giras diferentes y 100 millones de discos vendidos. Pero sus cifras, por mayores que sean, no explican el impacto real que tuvo su figura sobre una Francia que nunca admiró especialmente a los músicos de pop. Hallyday fue un fenómeno, un símbolo, una gloriosa excepción para el país galo. Se situará junto a otras leyendas como Maurice Chevalier, Edith Piaf, Aznavour, Jeanne Moreau, Jean Gabin, Brigitte Bardot, Alain Delon, Jean-Paul Belmondo y demás estrellas que contribuyeron a engrandecer la aportación del país a la cultura moderna. Se marchó el bello y golfo Hallyday, la mayor gloria del rock francés. Detrás de él no queda nadie en Francia con una guitarra eléctrica desenfundada. Absolutamente nadie.
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