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Eutanasia

Negocio de muerte

La Razón La Razón

Salvador Pániker, que acaba de fallecer, me obsequió una tarde en Barcelona hablando de la muerte. Pániker fue un alto cociente intelectual, hijo de indostánico hindú y catalana, ingeniero, filósofo, que buscaba elaborar un potente ego para destruirlo espiritualmente después, en una cabalgata vital que me sonó a taoísmo y que nunca alcancé desde mi mentalidad occidental. Entendí mejor a su hermano Raimundo, jesuita, y su aproximación entre el budismo y el cristianismo. Pero la charla con Salvador no la motivó el orientalismo o su condición de efímero diputado de UCD sino su circunstancia de presidente honorario de una asociación pro derecho a la muerte digna. No estando a su altura malicio que pensábamos lo mismo pero argumentábamos diferente. Supongo que a sus 90 años ha hecho su tránsito muy dignamente sin otro socorro que el de la naturaleza. Como hay que dar facilidades a los emprendedores, en Europa apunta la escuela de negocios del crimen organizado en la modalidad de suicidio asistido. «Exit» es un antañoso club en el que si estás al corriente de cuotas te remiten, contra-rembolso de unos 800 euros, la solución a tus problemas. «Dignitas» y «Eternal Spirit», entre tantas otras, operan como agencias de viajes para el turismo mortuorio de sus clientes hacia Suiza, Holanda, Bélgica, y se declaran angélicamente altruistas, no facilitan contabilidad por mor de la confidencialidad y te alivian donde quieras por unos 10.000 euros más gastos de desplazamiento, estancia y extras para los samaritanos auxiliares del último vuelo. Muerte digna, y con billete «Grand Class». El autovídeo de un paciente de ELA mueve a la piedad y también da munición sentimental a la extraña progresía empecinada en legislar la muerte. El suicidio asistido da pie (ya, ahora) a franquicias que te asesinan previo pago, porque la muerte digna no es sólo un asunto moral, ético o religioso, sino de falta de fondos públicos para cuidados integrales paliativos. La medicina de este siglo permite mantener monitorizado a un cuerpo con muerte cerebral y, también, hacerte fallecer de tu muerte natural sin sufrimientos degradantes. Pero eso es muy caro. Despenalizar el suicidio asistido de inmovilizados o demenciados, o con consentimiento de herederos impacientes, o de chicos de 20 años mordidos por la depresión endógena, la tristeza maligna, supone, por muy rigoristas que sean las reglamentaciones, tener por inevitable el desarrollo paralelo de un negocio de muerte.