César Vidal

Navidad

La Razón
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Hace ya muchos años que llegué a la conclusión de que sólo el fuego que produce el amor a la verdad hace que el corazón siga ardiendo mientras se atraviesa el camino de la soledad. Precisamente por eso no me extraña que se sienta espantosamente sola una sociedad en la que los Reyes Magos son sustituidos por las tres magas republicanas –¡hay que ser majaderos!– el nombre de Jesús se extirpa de los villancicos para no molestar a los musulmanes –imagino que tampoco beberán alcohol en estas fiestas– y en el belén se ponen lazos amarillos en solidaridad con los golpistas catalanes. La Navidad es el recuerdo del acto de mayor veracidad de la Historia, cuando el mismo Dios se encarnó para dejar de manifiesto que, efectivamente, Su amor hacia el género humano no conocía límites y no se reducía a declaraciones. A diferencia de las religiones orientales en las que el alma pugna por librarse de la rueda de las reencarnaciones y disolverse en el Absoluto o de las paganas en las que se daba al dios –o diosa– para recibir a cambio, el mensaje del Evangelio indica que nada merecemos, que a nada podemos aspirar por nuestras obras, que de nada somos acreedores y que todo lo que recibimos de Dios es un regalo que brota, única y exclusivamente, de Su amor. Aquel que se abrace a esa buena noticia, la de un Dios que ama incluso a Sus enemigos como señaló Pablo de Tarso en el capítulo cinco de la epístola a los Romanos, podrá seguir sintiendo el calor del corazón en medio de la soledad terrible de una sociedad tan volcada en los aparatos de comunicación que ya no sabe comunicarse y tan empeñada en la tolerancia que ya no tolera una sola opinión discordante. Por el contrario, para aquel que siga volviendo la espalda a la Verdad que se encarnó hace más de dos milenios difícilmente puede existir algo que vaya más allá de soportar a insoportables cuñados, preocuparse por los hijos adolescentes que trasnochan o angustiarse por el próximo año que ya está dando señales inquietantes. Es como ese progresismo que ha quedado reducido a la ideología de género y la entrada masiva de inmigrantes o ese conservadurismo que asiente acomplejado a las señales del desastre. Y, sin embargo, en la Verdad existe calor incluso en medio de la soledad.