César Vidal
Maravillosa lengua griega
En los últimos tiempos, una jovencita ha publicado un best seller en Italia hablando de la importancia de estudiar griego. No me sorprende. Yo recuerdo a la perfección aquellos períodos y circunstancias de mi vida en que he sido dichoso y entre ellos ocupa un lugar de honor las clases de griego que en San Antón dispensaba el padre Arce. El estudio de la lengua de Homero y de Platón, de Plutarco y Aristóteles, de Demóstenes y Alejandro no ha dejado de proporcionarme una felicidad extraordinaria que me ha llevado del amor por la democracia a mi conversión leyendo la carta a los Romanos de Pablo en el griego original hace ya décadas. El conocimiento de la lengua griega, literalmente, cambió mi vida. Hace años, cuando todavía no me había exiliado, una editorial de Estados Unidos publicó mi edición del texto griego del Nuevo Testamento con una traducción interlineal. De manera casi inmediata, una universidad del sur de Estados Unidos me ofreció un puesto de profesor. Me he preguntado más de una vez si quizá no fue un error el no aceptar aquella invitación porque en España... en España donde unos majaderos criminales han decidido perseguir el español en favor de un dialecto del provenzal y de un refundido de los dialectos vascos, no puede esperarse que el griego tenga cabida en las aulas. A fin de cuentas, no son pocos los ministros y miembras de diferentes gobiernos que se caracterizan por tener una ignorancia enciclopédica fundamentalmente porque es difícil dar en una enciclopedia con algo que ellos no ignoren. Naturalmente, lo que destruyen la izquierda y esa paletería por antonomasia denominada nacionalismo catalán y vasco, la derecha no lo repara. La actual ley educativa –una LOGSE con resentimiento– decidió arrancar el griego de las aulas convirtiéndolo en una optativa insignificante. Así, la lengua maravillosa que nos ha dado palabras como democracia, erotismo o Cristo ha sido expulsada de las aulas por gente defensora del lema de «asnos, pero progres» (o nacionalistas) y gente como Méndez de Vigo jamás corregirá el disparate. Quizá no es tan extraño si se tiene en cuenta que incluso en la universidad la mayoría de los profesores de Historia antigua conocen tan poco de griego como de acadio o sánscrito. Deseando estoy que en un programa de corazón se hable de la lengua griega para que sepan que existe.
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