Cástor Díaz Barrado
Malas relaciones
Irán no mantiene, desde hace mucho tiempo, buenas relaciones con el mundo occidental. Desde sus orígenes, en 1979, el nuevo régimen iraní marcó distancias con la visión y las políticas de Occidente. La instauración de un estado de raíz islámica tampoco gustó a las potencias occidentales. Desde entonces, la tradicional alianza entre Irán y Estados Unidos se rompió y no ha sido posible recomponerla a través de los años. Irán ha mantenido una cierta autonomía, aunque más vinculada al poder soviético-ruso que a las posiciones que, en la escena internacional, han defendido los estados occidentales. La nueva crisis que se ha abierto entre Estados Unidos e Irán es un episodio más de estas malas relaciones. Es difícil, desde luego, asegurar un marco permanente de coo-peración con un estado en el que priman criterios puramente religiosos y en el que están ausentes los valores de la democracia y el respeto de los derechos humanos. Además, la defensa de los intereses de Irán en Próximo Oriente y su voluntad de tener capacidad nuclear no ha facilitado nunca la plena inserción del país persa en las líneas más relevantes de la agenda internacional. La reciente realización de pruebas con un misil antibalístico por parte del Gobierno de Teherán ha llevado a Estados Unidos a imponer, de nuevo, sanciones. Este comportamiento iraní ha sido entendido como una verdadera provocación y se suma, sin duda, a las reticencias que Washington ha mantenido siempre con respecto a Irán y que, tan sólo, se suavizaron cuando se llegó, hace unos años, al acuerdo sobre el programa nuclear. Irán debe entenderse con la comunidad internacional y debe cambiar, por lo tanto, su política en aquellos aspectos que afecten al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. El anuncio de las autoridades iraníes de responder a las sanciones de Estados Unidos nos sitúa en un marco de contramedidas que no es útil para la paz mundial. No se debe profundizar, por ninguna de las partes, en las malas relaciones.